sábado, 25 de octubre de 2025

Hauntología 2019

Cuando imaginar el fin del capitalismo parece más difícil que asumir el colapso, habitamos una era donde la protesta se volvió meme y la comunidad, un recuerdo cargado de likes.

No sé si aún lo recuerdan. Había que sentarse un buen rato a tratar de entendor si habia un hilo conductos entre Chile, Ecuador, Hong Kong, Francia y muchos paises mas. Había que relacionarlo con Occupy Wall Street? Yo sí lo hacia. Ataba nudos. Creaba un continnum histórico en donde todo coincidía con reducir la espectativa que el modelo neoliberal imponia sobre la humanidad.

2019 no fue solo un año. Fue un verdadero portal, un umbral que se abrió justo antes de que el mundo se viera atrapado por el miedo al virus y la soledad digital. Mirando hacia atrás desde 2025, parece el último suspiro colectivo antes de la gran fragmentación, la última revuelta antes de que el neoliberalismo finalmente se transformara en el verdadero virus cultural ya tantas veces anticipado y estudiado, y denominado de tantas maneras como lo hizo Mark Fisher hablando de realismo capitalista. Ese año, el 2019, las explosiones de protesta se multiplicaron: las plazas se llenaron de chalecos amarillos en París, estudiantes en Chile, y cuerpos enardecidos en Hong Kong, mientras frases como “No son 30 pesos, son 30 años” resonaban como epitafios de un futuro despojado. Hasta el último día del año vimos corridas en Hong Kong como parte del espectáculo de fin de año.

¿Qué vendría luego de la antesala de un hecho histórico? Obviamente un hecho histórico pero no el esperado. La pandemia no cerró ese ciclo descrito; lo momificó. Si 2019 fue el incendio, el COVID fue la nube que oscureció el humo sin disiparlo. Hoy nos vemos atrapados en la hauntología de la revuelta, con el fantasma de una comunidad que se niega a desvanecerse mientras cada uno aprende a vivir sin el otro, cultivando la paradoja del “individualismo colectivo”: todos forzados al aislamiento, pero conectados por un grito digital que, como un eco distorsionado, sigue repitiendo los motivos del descontento. Si el 2019 parecía poner lo colectivo por sobre el individualismo neoliberal, la pandemia profundizó el individualismo previo y el tipo de consumo. La hedonía se olfateaba dentro de nuestras casas cerradas.


Cuando las plazas entran a protagonizar la historia algo lindo siempre se espera. Pero ¿Cómo es la vida después de las plazas abatidas del 2019? Un simulacro comunitario en la red, la militancia en retuits, memorias distraídas y la indignación en memes. El neoliberalismo encontró en la pandemia su mejor oxímoron: distancia física, hiperconsumismo digital; precariedad compartida, resiliencia individual; crisis económica, abundancia de “experiencias streaming”. La lucha por la democracia se transformó en una lucha por el wifi, y la revolución territorial se mudó a los espacios virtuales gobernados por algoritmos y hashtags.


Atrapados en esta estética del fin del mundo, hoy absorbemos el catastrofismo como si fuera pop art: la distopía es tendencia, la memoría ubicada tan al fondo de tantas imagenes, la nostalgia es cultura y el futuro, apenas una versión beta que nunca logra actualizarse. La pandemia fue el laboratorio definitivo del “homo œconomicus digitalis”, sujeto-usuario que, entre dispositivos y delivery, se convence de que la salvación es personal pero la angustia, colectiva. La historia parece reducirse a esa evolución del homo politicus al oeconomicus y luego al digitalis.


No resulta casual que Mark Fisher describiera la imposibilidad de imaginar el fin del capitalismo mientras las plazas y redes se infestaban de signos revolucionarios, todos espectrales. Los movimientos de 2019, interclasistas y “destituyentes”, no buscaban portavoces ni líderes, sino espacios horizontales, laboratorios urbanos efímeros donde la democracia se experimentó de modo tan transitorio como una story de Instagram.


Con la pandemia los Estados se endurecieron, los algoritmos midieron la protesta y la violencia se volvió una estadística intermitente en la notificación que llega junto al estado epidemiológico. Ningún gran relato alternativo ocupó el vacío. En cambio, nuevos radicalismos, nihilismos y sectarismos germinaron en ese caldo digital de desafección y desgaste.


Así llegamos a este punto, donde el 2019 vive como sombra obstinada en la pospandemia: una fecha espectral, una promesa congelada, un algoritmo que cada tanto revive el hashtag #Revolución. En este escenario, la cultura se convierte en un eco de lo que fue, mientras navegamos entre las ruinas de un pasado que aún resuena en nuestras pantallas.


Vivimos el oxímoron de la conexión solitaria, resistiendo juntos la seducción del consumo mientras buscamos, de forma obcecada, la grieta por donde filtrarse hacia otro mundo posible, aunque sepamos —y aquí la ironía posmoderna— que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo


lunes, 19 de mayo de 2025

Monumentos líquidos: iconoclasia, memoria y el temblor del espacio público

 

La ciudad todavía respiraba con miedo. Una combinación densa de ansiedad viral y rabia histórica se extiendía por aquellas calles semivacías de Bristol el 7 de junio de 2020. Un joven ajusta su barbijo con manos temblorosas y convicción firme. Se pone los guantes, mete una soga en su mochila y sale a la calle. En sus auriculares quizás sonaba el nativo trip hop, o punk... quizás The Clash... quizás un grito del pasado que insiste en repetirse. Él camina solitario, pero no va solo. Sus pasos arrastran siglos. Cada zancada es también una cadena que se rompe. El destino no es incierto: tiene nombre, forma y un pedestal que dice Edward Colston.

Dicen que la historia está escrita en piedra, aunque sabemos que el tiempo es blando. Todo monumento aspira a ser eterno, pero es sólo una afirmación que envejece. En su rigidez, en su altura, en su bronce, se presenta como punto final. Pero cada estatua también es una versión del pasado que busca volverse ley. Un signo que insiste en no ser discutido. Y sin embargo, el presente discute. Con violencia, a veces. Con arte, otras. Con furia, casi siempre.

Aquella mañana de pandemia, frente a la estatua de un comerciante de esclavos celebrado como benefactor local, se gestó una escena icónica de la iconoclasia contemporánea: el derribo colectivo, con sogas, saltos, gritos, y luego el arrastre simbólico hasta el río. No fue vandalismo. Fue performance histórica. Una obra de arte posmoderna de postproduction diría Nicolas Burriaud. La caída del monumento no borró la historia; la evidenció. Lo que se clavó en el barro luego de recorrer a traves del agua toda la hondura del río no fue un hombre de bronce, sino la pretensión de que el pasado puede fijarse para siempre sin ser interrogado. El lago disolvió el mito.



Pero todo monumento es también una omisión. Como los silencios en una conversación, dice Georges Perec, el espacio público está hecho tanto de lo que se ve como de lo que se calla. Las estatuas no sólo conmemoran; también silencian. Por eso, cuando un monumento cae, lo que emerge no es sólo un vacío sino una posibilidad. La memoria no desaparece con la estatua; se transforma. Se hace líquida, flotante, hauntológica.

Hay algo de espectro en cada gesto iconoclasta. La hauntología –ese neologismo de Jacques Derrida que alude a los fantasmas del pasado que persisten en el presente– adquiere aquí un matiz inverso: una hauntología negativa, sin objeto, sin necesidad de mármol. Una memoria sin monumento. Una evocación sin estatua. Un recuerdo sin cuerpo que, por eso mismo, puede moverse, migrar, filtrarse por las grietas del relato oficial.

La ciudad es un libro subrayado por los poderosos. El urbanismo, lejos de ser una técnica neutral, funciona como gramática del Estado. Cada calle, cada nombre, cada escultura, es parte de un discurso que organiza el tiempo en el espacio. Pero la historia no tiene espacio físico. Es una construcción del presente. Por eso, los pedestales vacíos no son el fin de una memoria, sino su reinicio. El pedestal de Colston hoy está vacío con posibilidad de contar con una plaqueta explicativa del contexto, mientras que la estatua fue sacada del fondo del río para desentumeserse en una muestra artística acerca de la discriminación, como un ready made cambia su contexto y se reescribe. Donde antes había bronce, ahora hay grieta. Y en la grieta crece la historia.

El derribo de Colston en Inglaterra no fue un caso aislado. En Estados Unidos, Bélgica, Canadá, Alemania, Chile o Colombia, estatuas de colonizadores, esclavistas, dictadores, soldados o conquistadores fueron removidas, manchadas, vandalizadas o “renombradas”. Algunos lo llaman revisionismo. Otros, deconstrucción. Lo cierto es que el espacio público se volvió campo de batalla simbólica. El tiempo, sin cuerpo propio, encontró en el bronce y la piedra el lugar donde materializar sus disputas. Lo sólido se desvanece como conflicto.

La historia no se borra cuando cae una estatua. Lo que se borra es la ilusión de que una sola versión puede ser suficiente. En la era del meme, del muro intervenido, de la contraestatua y la memoria viviente, el monumento se vuelve, paradójicamente, un símbolo del silencio. Es decir: del pasado que no acepta ser discutido.




Quizás haya llegado el momento de pensar en monumentos líquidos. Espacios que no recuerden desde la rigidez, sino desde el temblor. Que no impongan, sino que propongan. Que no sean respuestas, sino preguntas abiertas al diálogo. Monumentos que no necesiten piedra, ni pedestal, ni inscripción, porque su materia será la conversación, el desacuerdo, el duelo compartido. Lugares de memoria sin bronce. Vacíos significativos. Homenajes en retirada.

La estatua cae. El lago la traga. El eco permanece. Lo que parecía eterno, era tiempo disfrazado. Y el tiempo, ya sabemos, nunca se queda quieto.

domingo, 4 de mayo de 2025

Ampliacion del campo de batalla: El tiempo entumecido.

En la introducción que Byung Chull Han hace en El aroma del tiempo dice "La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa de nuevo". Quizás la batalla cultural más urgente hoy no sea solo por las ideas, por los discursos o por las tecnologías sino por el tiempo. Por volver a habitarlo.

En la cóncava sombra

vierten un tiempo vasto y generoso

los relojes de la medianoche magnífica,

un tiempo caudaloso 

donde todo soñar halla cabida,

tiempo de anchura de alma, distinto 

de los avaros términos que miden

las tareas del día.

J. L. Borges


El tiempo no siempre fue como lo es hoy. No siempre fue una secuencia ansiosa y alienante de tareas, de notificaciones, de pantallas que dictan lo que falta, lo que llega tarde, lo que urge. Hubo un tiempo con olor a calma. Un tiempo con aroma diría Byung Chul Han... una forma de vivir donde los días no estaban subordinados al mandato de la productividad. Se podía esperar. Se podía estar. Los niños y niñas no veían el espacio temporal para completarlo con entretenimiento digital. Yo me aburría, lo recuerdo muy bien. Verano y siesta de chicharras y susurros de ventiladores por mas vacaciones que sean. La espera no era vacío: era parte de la vida. El tiempo tenía textura, no era solo superficie.

¿Qué pasó con el tiempo? Un posible inicio de respuesta puede estar en la Inglaterra moderna. La burguesía —desde el parlamento— decidió que el ocio popular era un enemigo del nuevo orden capitalista. Esto lo cuenta bien Fisher en Los fantasmas de mi vida. Las leyes de vagancia, que penalizaban no trabajar, fueron apenas un síntoma de algo más profundo: la construcción de un nuevo sujeto temporal. El campesino, que antes ajustaba sus actividades al ritmo de las estaciones, a las festividades religiosas o a los ciclos naturales, fue transformado en obrero. No solo le quitaron la tierras comunales con las leyes de cercamiento sino que tambien le quitaron el tiempo.

El reloj no fue sólo una herramienta técnica, sino un arma cultural. El tiempo el campo de batalla. Habia que vaciarlo de contenido para llenarlo de actividades, de trabajo. Medir el tiempo, estandarizarlo y luego naturalizarlo, no fue neutral aunque hoy sea natural. De hecho eso muestra lo exitoso del proceso de conquista del tiempo por parte de la burguesía Inglesa y luego del capitalismo. Significó quitarle al cuerpo su ritmo propio, borrar la diferencia entre los días, destruir el calendario festivo. Se prohibieron los carnavales, los días de descanso comunitario, los festejos paganos: demasiado imprevisibles, demasiado ingobernables, demasiado libres. El domingo pasó a ser el día del silencio disciplinado, no de la celebración compartida. Se instituyó así una temporalidad homogénea, lineal, repetitiva e individual. El tiempo se volvió trabajo. Y el trabajo, la nueva identidad.

Hoy, el tiempo productivo lo llevamos dentro como amo, como un alma artificial. In corpo, incorporado al cuerpo. Valga la redundancia. La explotación se ha interiorizado. La palabra ocio se vació de contenido y la palabra vago la reemplazó, o mas bien su sustantivo. Quedó el mandato de ser siempre activos, estar siempre conectados mostrando la verde disponibilidad. Las redes sociales, la cultura del emprendedurismo, la ansiedad por "aprovechar el día", por no “perder el tiempo”, por "ser alguien", son nuevas formas de dominación temporal. Ese campo de batalla en el que se borran las memorias.

El tiempo ha perdido su espesor. La era del delivery. Del scroll y el chat, de la espera es intolerable y el silencio incómodo. El aburrimiento, un error del sistema de entretenimiento. Las horas no se sienten: se consumen. La urgencia es quietud, las conversaciones son mudas, la espera es instantánea y el entretenimiento aburre. Todas las contradicciones son certezas. No es una falla individual: es un síntoma colectivo.

A veces algo se filtra en el entumecido cubo del tiempo. Una siesta involuntaria. Una conversación que se estira algo más de lo común. Un niño que se queda mirando una hormiga. Una niña toca la espina de una rosa suavemente con su pequeño dedo una y otra vez. Una canción que se escucha sin hacer otra cosa. Una idea para escribir. Son esos momentos en que el tiempo se desentumece para recuperar su misterio.

En la introducción que Byung Chull Han hace en El aroma del tiempo dice "La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa de nuevo". Quizás la batalla cultural más urgente hoy no sea solo por las ideas, por los discursos o por las tecnologías sino por el tiempo. Por volver a habitarlo. Por defender espacios donde el tiempo no esté al servicio de la productividad sino de la vida. No como nostalgia de un pasado perdido, sino como gesto de fuga, como intento de reapropiación. Porque sin tiempo no hay experiencia, no hay pensamiento, no hay deseo. Y sin deseo solo queda repetir lo que ya no funciona.

domingo, 17 de diciembre de 2023

La Memoria en épocas distraídas

El futuro de la memoria ¿Por qué vuelve el negacionismo sin rechazos escandalosos?¿Qué pasó con la memoria? ¿La posmodernidad recuerda o solo mira el pasado?

por Mariano Alvarez

San josé es un pueblo entrerriano sobre la Ruta nacional Nro14 del lado del Río Uruguay. Si te parás mirando el río vas a tener a tu derecha la ciudad balneria de Colón y a tu izquierda está pueblo Liebig, el pueblo mas minúculo de los tres mencionados. Sin embargo, Liebig fue el mas grande en el pasado por la presencia de un laborioso frigorífico y la produccion de corned beaf que se exportaba al mundo. La fábrica cerró, el frigorífico tambien y hoy es un pequeño pueblo que en base a su pasado busca ser pintoresco y cosificar su historia para atraer turistas. Por una mañana fui turista allí, me saqué la foto clásica con el envase de corned beaf que está en su pequeña plaza, recorrí y entendí la distribución urbana antigua, basada en el barrio de los obreros y el de los dueños.

El punto es que en ese pueblo sentí la reminiscencia, sentí el recuerdo de algo que había sido olvidado quien sabe por qué. Similar a la magdalena de Proust, al entrar a un pequeño y amable almacen quedé inherme frente a la invasión de los aromas que solo hacían recordar al almacen de Ribero, al cual iba a comprar por orden de tías o abuelas cuando las visitaba en Concordia hace mas de 30 años. En ese pequeño rectángulo repleto de estanterías y canastas, coloreado por paquetes, etiquetas y cajas, escuché nuevamente la voz de mi difunta tía diciéndome que le compre una lima y que Ribero, uno de los tipos mas famosos del barrio, lo anote en su libreta. 

Esa reminiscencia le devolvió al presente algo de la larga cola que el pasado significa. Para el historiador Friedlander esto sería algo similar a una memoria profunda, una memoria personal y subjetiva que no siempre funciona de la misma manera.

Ésto también ocurre en la historia a nivel colectivo. En el libro Historia Reciente de Marina Franco y Florencia Levín el historiador Daniel Lvovich señala tres tiempos de la memoria que se dieron fundadmentalmente en los paises europeos tras sus hechos traumáticos del siglo XX. El primer momento es el hecho traumático, luego el olvido y finalmente la anamnesis. Esta última es el ejercicio de la reminiscencia, el de recordar lo olvidado para transformarse ñuego en una obsesión. El ejemplo mas emblemático es el de Alemania que una vez terminada la guerra en 1945 y el holocausto (hecho traumático) decidió comenzar a castigar a los responsables (anamnesis) con Eichman en Jerusalem  recién en la década del 60. Quince años de olvido separan al primer tiempo del tercero.

También el mismo autor señala que estos tiempos pueden ser aplicados a los casos europeos y no al argentino siendo que durante la misma dictadura (el hecho traumático) hacen su aparición las Madres de Plaza de Mayo como representación de la memoria rompiendo la posibilidad de los tres tiempos. En fin, los hechos violentos políticos del siglo xx que han dejado víctimas han dejado deversas formas de comprender la memoria colectiva.  

 

No es casualidad que esta memoria se centre en los eventos políticos violentos del siglo XX, la política, las utopías serán los motivos de tan grande violencia. La caída del Muro de Berlín es el fin de lo que Hobsbawm llamará la era de los extremos, el fin de las ideologías, el fin del eclipse de utopías que parece haber dejado solamente víctimas. Los gobiernos de Thatcher y Reagan, por su parte comenzaran una nueva era, la de un capitalismo que sólo progresaría sustituyendo al homo politicus por el homo oeconomicus, un "fin de la historia", la era de la posmodernidad que, como ha señalado Jameson, parece solo mirar hacia el pasado.

Pero no podemos entender este movimiento de cabeza como un ejercicio simple memorístico, ni podemos creer que voltear la mirada hacia el pasado sea meramente política en la posmodernidad sin tener en cuenta la aparición del homo oeconomicus neoliberal y la consolidación y naturalización de una nueva cultura del consumo. 

Entonces ¿Tiene memoria la sociedad posmoderna?¿Hablamos de la misma memoria? 

En principio, evidentemente la memoria colectiva tiene un contenido social y político. La memoria colectiva recuerda esos hechos que tienen la capacidad de cambiar el rumbo de lo que parecía que podría llegar a ser el destino de una sociedad, reivindica las víctimas, revela los sistemas que produjeron la violencia que caracteriza la política del siglo XX, lo que el historiador Enzo Traverso llama violencia fría, la organización de la violencia.

Pero la cultura neoliberal tecnologizada logra entrelazar lo político con lo cultural y económico, un realismo capitalista determinante bajo el cual un soft power realiza el invisible trabajo de poner el entretenimiento y la distracción en lugares en los que antes no estaba. Crucial para la política de despolitizar. La cultura neoliberal transforma al ciudadano en mero consumidor, de hecho si hay un aspecto en el que mas se encuentra relacionado con el pasado es en la cultura, ya mercantilizada. En Posmodernismo I, Fredric Jameson plantea que "en la cultura posmoderna, la cultura ha devenido en un producto por derecho propio; el mercado se ha vuelto un sustituto de sí mismo, y es una mercancía en la misma medida en que lo son las cosas que contiene" 

En una cultura economizada y estetizada es en la que ingresan lo vintage y lo retro como nuevos conceptos que representan un sentido del pasado en un presente nostálgico, pero también como adjetivos aplicables a la música, imágenes, ropa, objetos, etc. Un gran estudio sobre esto lo hace Simon Reynolds en Retromanía, La adicción del pop a su propio pasado.

La pregunta no sólo sigue latente, sino que se profundiza. En una sociedad entretenida que mira al pasado y que lo mercantiliza de manera estética ¿De que modo funciona la memoria?. 

Cada vez más lejana parece la memoria del siglo XX que relaciona pasado presente y futuro, mientras mas se consolida una memoria distraida producto por un tiempo atomizado. Jameson, Mark Fisher e incluso Byung Chul Han, ven en la explicación de la esquizofrenia de Lacan una nueva forma de vivir el tiempo, en palabras de Fisher "el esquizofrénico lacaniano queda reducido a la experiencia del puro significante material, en otras palabras, a una serie de presentes puros en el tiempo, desconectados entre si". La ruptura de la cadena de significantes implicaría una línea (el tiempo) de puntos (los presentes) desconectados entre sí pero intensos. 

                                         

Franco Bifo Berardi, por su parte,  se centra bajo la idea de generación, un concepto no relacionado con lo etario sino con lo tecno-cultural, para él la generación post alfabetica recibe información a la velocidad de la luz, quienes vivimos en esta cultura tecnologizada tenemos mucha información pero a la vez parace que no sabemos usarla. 

En mi opinión, el olvido ya no se presenta como amnesia clásica, como una cinta borrada sino como distracción distracción frente a la alta velocidad. De hecho el autor plantea el déficit de atención como síntoma de una época en la que "el contacto afectivo ha sido sustituido por flujos de información veloces y agresivos".

En fin, los neofascismos en el mundo, los negacionismos siempre presentes, la banalización cada vez mas evidente del mal del siglo XX, se hacen presentes nuevamente por una sociedad que mira hacia atrás pero de manera zigzaguenate, de manera distraida dejando que el pasado se escurra entre los dedos. 

Esta distracción actúa en conjunto a la polarización afectiva de la política, entendida bajo la idea del YO versus el OTRO, pareciera una nueva política que toma sentido en una sociedad con la tecnología de apariencia democratizada que facilita el control bajo una lógica individualista. Todos operamos bajo la idea de la me me me generation. 

Otro artículo de divulgación relacionado con la memoria

Bibliografía mencionada:

- Daniel Lvovich en Historia Reciente de Marina Franco y Florencia Levín

- Generación post-alfa de Franco Bifo Berardi

- Posmodernismo I de Fredric Jameson

entre otras

sábado, 10 de septiembre de 2022

Hideous: horrirmoso

Oliver Sim y la forma mas hermosa de decir horrible.

Al igual que ocurrió hace algunos años con Anima, el último disco de Thom York, podría verse a Hideous como un cortometraje con el fin estratégico de llamar la atención antes del lanzamiento de un disco (Hideous Bastar de Oliver Sim), para aquel caso la plataforma a cargo fue Netflix y ahora Mubi, la plataforma de cine independiente. Mas allá de lo mainstream de la plataforma o no, en ambos casos surge la posibilidad de ver la película como una narrativa alternativa que logra ampliar el concepto artístico que muchas veces excede a un disco de música. Me alegra esa alternativa y frente a ambos pensamientos prefiero verlo del segundo modo (sin ignorar el fin comercial), y así es como caigo que Oliver Sim, bajista y cantante de The XX, tenía mucho para decir y para mostrar.


Mubi

Celebro estos modos de afrontar de manera abarcativa el concepto artístico de un albúm. En tiempos de velocidades, cuantificaciones de reproducciones y mediciones, celebro que se profundice lo poético en la música, que parece cada vez mas redusirse a una compañía cotidiana mas que una obra a contemplar. Que nos inviten a  salir de la second life para sumergirnos en el pantanosa vida real, que exista una película de 22 minutos para poder bucear en los profundos y oscuros pantanos que un artista crea al componer un disco, es un oasis en este desierto de información desparramada caoticamente.

Pero no quiero confundir no es solo contemplación la actitud que tomamos frente a lo poético. Hideous tiene la capacidad de movilizarnos, de experimentar lo emotivo, de urgar en nuestros interiores lo "horrible" que somos a la vez que concientizamos sobre el juicio de valor que contienen las palabras. Lo horrible en este film es hermoso y ese es, al fin y al cabo el mensaje. Como si Oliver Sim y Jann Gonzalez  nos invitaran a deconstruir palabras e ideas hegemónicas. Atención, No existen muchas oportunidades para desidentificarse de lo hegemónico. 

Horrirmoso

Mubi

A esta altura de la historia quedaría anticuada y hasta inocente la idea de pensar en la promoción de un lanzamiento en sentido estrictamente comercial. Es una promoción del disco Hideous Bastard pero ya no es discusión la mercantilización del arte, ni siquiera cuando se trata de una autopoesis, una poética autoreferencial en la que se alude a la homosexualidad como proceso interno, personal e histórico. Matemos los tabúes para que no haya riesgos. Es marketing y también poética.

En conclusión, Hideous es un cortometraje/(lease barra) reportaje autobiogáfico/(lease nuevamente barra) musical/(una vez mas para notar el eclecticismo) promo lanzamiento de disco en forma de sátira que sabe lidiar entre el terror bizarro, el drama que recorre el closet de la homosexualidad y el VIH, y el humor sangriento. Los tres momentos musicales no hacen mas que acercarnos a ese interior que se muestra con frases profundas de condiciones de ánimos necesarias para contarle al mundo que es ser un horrible bastardo.



martes, 18 de mayo de 2021

Caminatas posmodernas: Las veredas de la pandemia y la "expropiación" de lo público.

Cuando camino por estas calles del barrio en el que vivo hace 30 años se abren líneas de relaciones en todos los sentidos pero fundamentalmente en el sentido temporal. Hacia el pasado y hacia el futuro. El tango decía (y ahora confirmo con razón) que veinte años no es nada, pero treinta... treinta empieza a sonar a mucho. Dan lugar a la sincronía y la diacronía, las comparaciones temporales, rupturas y continuidades, anacronías, memorias borrosas o alteradas, reescritas, flashbacks, "dejavues", ¿Es así como se escribe?. Todo eso en un barullo que intento explicar aquí. 

Esas relaciones con el tiempo me unen a las calles que transito hoy a mis 42 años en plena pandemia. Soy una construcción de esta ciudad. La ciudad y sus transformaciones afectan mi memoria y seguro la tuya también. "¿Qué había antes de este edificio que están construyendo?" esas preguntas se repiten varias veces por cuadra. El cielo y las nubes se transformaron en cemento y ventanas como un proceso invisible pero avasallante de lo privado con lo público.

Las veredas circulan por la misma historia que el resto del barrio. Muchas se han renovado pero la mayoría se mantienen iguales a la primera vez que las vi, o que les di existencia con la vista, con sus formas, su materia, sus rajaduras, sus baldosas flojas que escupieron mi botamanga con agua de lluvia. Quizás ahora están algo mas destruidas pero no importa porque su función perece ser simplemente despertar el recuerdo de su estirada existencia. 

Como transeúntes no somos de prestarles atención ni a las veredas, ni a los árboles, ni a los canteros, ni a los cestos de basura, mucho de todo eso queda fuera de esa idea de existencia post empírica. En mi caso se da que cuando camino lo hago mirando hacia abajo pero solo miro ahí por costumbre, o para no caerme quizás, la mayoría de las veces estoy pensando en algo y no presto la suficiente atención para hacer un estudio profundo de las veredas y el resto de los elementos que, estáticos, circulan al momento en que camino. 



La caminata de hoy no es la primera que hago durante la pandemia pero sí la que me ofreció algo para pensar. Vivo a ocho cuadras de la plaza principal de esta ciudad. Cuando era mas chico era una zona semi céntrica en la que jugábamos en la calle, hoy las ocho cuadras que caminé fueron de ruidos de automóviles que superan el volumen de la música que escucho con mis auriculares. La música enmascara mi zumbido y los autos enmascaran todo lo que se puede escuchar. Si con el silencio nada se escucha, con el ruido tampoco, algo así como la tesis y antítesis de Hegel pero solo que no encuentro el devenir. 

La pandemia no ha modificado estos elementos de lo urbano pero sí el modo en que los experimentamos y los utilizamos. Los bancos públicos para sentarse están clausurados y las veredas del centro de la ciudad están ocupadas por extensas filas de personas que desean. La expresión de deseo (entendiendo a esta como un palabra exclusiva del mercado, del capitalismo) se materializó en las numerosas filas que nacen en las puertas de los comercios para extenderse por metros y metros sobre las veredas céntricas. Filas de rostros sin bocas ni narices pero de ojos desiguales. Lo privado invadiendo lo público otra vez, así como los autos ruidosos alejan a los niños de las calles. 

El mercado en la vereda ya no es del mantero solamente, las mesas de las cafeterías y cervecerías comenzaron a ocupar las calles. Si las personas entraron menos a los negocios por el aumento de las compras on line en los últimos años, ahora ya no entran al "negocio" porque éste está afuera, en el espacio público, invadiendolo aún más.

Pero este paisaje de ocupación no es excepcional, solo es pandémico. El verdadero proceso de ocupación de lo privado en lo público es mas amplio, histórico e invisible. Es anterior. Como decía, por las calles que están entre estas veredas que transito de ida y vuelta, hace 30 años había niños y niñas haciendo carreras de bicicletas, jugando a las escondidas, saltando una soga, haciendo arcos con ladrillos para jugar un partido de futbol ante el vecino regañadientes, etc. 

La calle es el espacio urbano en el que se hizo explícito el proceso en que lo privado expropia a lo público pero que lo invisibilizamos cuando lo resumimos en un "antes era más lindo porque los chicos jugábamos en las calles y había menos autos". Las facilidades de créditos en combinación con la publicidad han dejado como resultado la horda de conductores endeudados que llenaron de automóviles encerrando a aquellos niños en los patios de sus casas, en las canchas de césped sintético, o en sus habitaciones, en sus camas y finalmente en sus dispositivos.

El suelo y el cielo parecen estar perdidos en esta batalla invisible. Los edificios, así como los consumidores, también hacen filas interminables. Crecen y crecen con semillas lanzadas por pocas manos. Son los dueños del cielo y la vivienda de miles. Detrás de las construcciones está el cielo resplandeciente, pero estando allí es invisible, incapaz de ofrecer una mínima experiencia estética de un amanecer o un anochecer.

Esta ciudad parece afrontar un apocalipsis que no se ve y es por eso que siento caminar por los escombros de una antigua ciudad.



lunes, 3 de mayo de 2021

La libertad encerrada en su laberinto

 Por Pablo Chiesa

 

Sábado, 1 de mayo. Horas antes, nuevas medidas de prevención sanitaria fueron dispuestas por el poder político. Los constructores del discurso dominante le han otorgado un apelativo ya hace varios meses: las llaman “medidas restrictivas”.

Las pantallas de los canales noticiosos, junto a los portales de mismo capital paterno, repiten la escena de miles de autos escapando de la ciudad para disfrutar de la soleada jornada, mientras encuentran en su camino controles que desaceleran su paso. Los videogrhap enfatizan: caos, desorden, embotellamiento. La triada se completa con las voces de periodistas que dan organización discursiva al potente mensaje audiovisual.

En una de las señales televisivas, se suma otro ingrediente: a pantalla partida, mientras se sucede ese “descontrol” en las vías de acceso y salida de la metrópoli, también se muestra la “falta de control” en una feria popular del gran Buenos Aires. La pregunta, non sancta, agrega más leña al fuego: ¿Por qué controlan allí y no aquí? Y así, apelando al más puro sentido común, la búsqueda es instalar la contradicción, sin matizar ni considerar los contextos en que se dan ambas situaciones, tan alejadas entre sí como los kilómetros que separan a una de otra.

En el fondo, se trata de la disputa por resignificar la libertad. Desde el inicio de la pandemia esta discusión sobrevoló permanentemente las políticas de Estado, los discursos mediáticos, las protestas porteñas, los intereses electorales opositores y finalmente, a la sociedad misma.


www.comunicacionrrpp.com


La polémica alcanza distintas dimensiones que terminan entrelazándose entre sí y se miden con distinta vara. Por un lado, la libertad que se erige como un tótem de este tiempo neoliberal. Un templo sagrado al cual se rinde culto desde diferentes altares: la meritocracia, el consumo irracional y el pensamiento-accionar solitario y mezquino.

Además, en nuestra sociedad occidental toda decisión estatal, como muchas de las adoptadas excepcionalmente por la pandemia, que asome con encuadrar esa libertad individual (en pos de sostener derechos colectivos, como la salud) alcanza el repudio compartido del establishment mediático y los representantes sociopolíticos que comparten esa visión del mundo. Como afirma Carlos M. Ciappina, toda institución/organización que intente o proponga conductas “sociales” es vista así como una amenaza a la libertad. Entonces, “la libertad en términos individuales se absolutiza como una realidad vital que está por encima de cualquier colectivo social”.

Allí están, al lado izquierdo de la pantalla, los miles que desean ejercer su libertad (en este caso puntual para el esparcimiento), pero para ello deben superar un escollo (control público) que, desde la perspectiva de los defensores a ultranza del neo-liberalismo, solo pretende impedir o alterar aquello que sobrevaloran por sobre cualquier bien o derecho común.

En la derecha del televisor, mientras tanto, se muestra una feria del conurbano donde miles de personas buscan ganar o ampliar su sustento sumergidos en una economía informal, por fuera de los límites del mercado. Se muestra el hecho, pero, sin embargo, se invisibiliza el debate en torno a la libertad económica de los miles de trabajadores informales. O se confunde, sin señalar el rol que tienen el capital y las formas de producción y distribución predominantes en el real ejercicio de la libertad.

¿Son estos feriantes ciudadanos libres? En términos económicos, se podría afirmar que están oprimidos por un sistema perversamente injusto que ya ni siquiera les permite vender su fuerza de trabajo y, expulsados, hacen lo que pueden para sobrevivir. Muchísimos atraviesan una tragedia cotidiana, donde ni siquiera queda lugar para ponerse a discutir o protestar por las libertades individuales, simplemente porque antes hay que comer y ganarse el mango para eso. Son la demostración efectiva de las condiciones que impone el mercado y sus reglas en términos de competitividad, eficiencia y, especialmente, disposición de capital. Pero esto, no se muestra ni discute.

El foco está puesto, como si fuera la misma cosa sin distinción alguna, en porque se controla rigurosamente allí donde el individuo pretende ser libre de circular y disponer de su tiempo de disfrute en un contexto de enorme peligro sanitario y no aquí, en una feria con personas que pretenden llegar a fin de mes. Una postura que se sumerge en la perspectiva de clase de los medios de comunicación porteños.

Amerita decir que esta reflexión no pretende justificar la ausencia o falta de controles necesarios, sea cual sea el ámbito y las personas involucradas. Mucho menos, dejar de reivindicar las libertades ejercidas a derecho que tanto costó recuperar a costa del dolor y la lucha de miles de argentinos. Por el contrario, lo que se intenta desnudar es la primacía de la defensa de actitudes centradas en el bienestar individual por sobre derechos colectivos (entre los que, claro, se encuentra también la libertad). Defensa solapada la mayoría de las veces, pero que se pone de manifiesto día a día en miles y miles de noticias que abordan este tema desde el prisma de los deseos de consumo sin que nada, ni nadie, los altere. Ni siquiera una pandemia mundial.

La paradoja inevitable es que mientras más se profundiza esta opción por sobre los derechos y libertades colectivas, más cerca estamos del precipicio y de la imposibilidad de que se cumpla una o ambas alternativas.

Porque en paralelo, a mayor libertad de consumo personal sin límites, crecen la degradación y explotación de la naturaleza, los desastres ambientales y los peligros para la supervivencia humana. A mayor libertad de desarrollo personal sobre los pilares meritocráticos, se agigantan las injusticias y se cierran las oportunidades para los vulnerables y excluidos. A mayor mezquindad y falta de vinculación cooperativa con los demás, se abre la puerta al odio y la competencia feroz e irracional.

Este escenario, en definitiva, solo cercena libertades. Quien promueve la elección de hacer lo que le plazca sin comprender ni aceptar las condiciones del entorno y la existencia del otro como un no-enemigo, solo está demorando lo ineludible y, falto de conciencia, construye un destino sin salida que, por supuesto, no incluye ni siquiera el pleno ejercicio de la libertad. 


 1 - https://contraeditorial.com/pandemia-neoliberalismo-y-una-nueva-libertad/

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