domingo, 4 de mayo de 2025

Ampliacion del campo de batalla: El tiempo entumecido.

En la introducción que Byung Chull Han hace en El aroma del tiempo dice "La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa de nuevo". Quizás la batalla cultural más urgente hoy no sea solo por las ideas, por los discursos o por las tecnologías sino por el tiempo. Por volver a habitarlo.

En la cóncava sombra

vierten un tiempo vasto y generoso

los relojes de la medianoche magnífica,

un tiempo caudaloso 

donde todo soñar halla cabida,

tiempo de anchura de alma, distinto 

de los avaros términos que miden

las tareas del día.

J. L. Borges


El tiempo no siempre fue como lo es hoy. No siempre fue una secuencia ansiosa y alienante de tareas, de notificaciones, de pantallas que dictan lo que falta, lo que llega tarde, lo que urge. Hubo un tiempo con olor a calma. Un tiempo con aroma diría Byung Chul Han... una forma de vivir donde los días no estaban subordinados al mandato de la productividad. Se podía esperar. Se podía estar. Los niños y niñas no veían el espacio temporal para completarlo con entretenimiento digital. Yo me aburría, lo recuerdo muy bien. Verano y siesta de chicharras y susurros de ventiladores por mas vacaciones que sean. La espera no era vacío: era parte de la vida. El tiempo tenía textura, no era solo superficie.

¿Qué pasó con el tiempo? Un posible inicio de respuesta puede estar en la Inglaterra moderna. La burguesía —desde el parlamento— decidió que el ocio popular era un enemigo del nuevo orden capitalista. Esto lo cuenta bien Fisher en Los fantasmas de mi vida. Las leyes de vagancia, que penalizaban no trabajar, fueron apenas un síntoma de algo más profundo: la construcción de un nuevo sujeto temporal. El campesino, que antes ajustaba sus actividades al ritmo de las estaciones, a las festividades religiosas o a los ciclos naturales, fue transformado en obrero. No solo le quitaron la tierras comunales con las leyes de cercamiento sino que tambien le quitaron el tiempo.

El reloj no fue sólo una herramienta técnica, sino un arma cultural. El tiempo el campo de batalla. Habia que vaciarlo de contenido para llenarlo de actividades, de trabajo. Medir el tiempo, estandarizarlo y luego naturalizarlo, no fue neutral aunque hoy sea natural. De hecho eso muestra lo exitoso del proceso de conquista del tiempo por parte de la burguesía Inglesa y luego del capitalismo. Significó quitarle al cuerpo su ritmo propio, borrar la diferencia entre los días, destruir el calendario festivo. Se prohibieron los carnavales, los días de descanso comunitario, los festejos paganos: demasiado imprevisibles, demasiado ingobernables, demasiado libres. El domingo pasó a ser el día del silencio disciplinado, no de la celebración compartida. Se instituyó así una temporalidad homogénea, lineal, repetitiva e individual. El tiempo se volvió trabajo. Y el trabajo, la nueva identidad.

Hoy, el tiempo productivo lo llevamos dentro como amo, como un alma artificial. In corpo, incorporado al cuerpo. Valga la redundancia. La explotación se ha interiorizado. La palabra ocio se vació de contenido y la palabra vago la reemplazó, o mas bien su sustantivo. Quedó el mandato de ser siempre activos, estar siempre conectados mostrando la verde disponibilidad. Las redes sociales, la cultura del emprendedurismo, la ansiedad por "aprovechar el día", por no “perder el tiempo”, por "ser alguien", son nuevas formas de dominación temporal. Ese campo de batalla en el que se borran las memorias.

El tiempo ha perdido su espesor. La era del delivery. Del scroll y el chat, de la espera es intolerable y el silencio incómodo. El aburrimiento, un error del sistema de entretenimiento. Las horas no se sienten: se consumen. La urgencia es quietud, las conversaciones son mudas, la espera es instantánea y el entretenimiento aburre. Todas las contradicciones son certezas. No es una falla individual: es un síntoma colectivo.

A veces algo se filtra en el entumecido cubo del tiempo. Una siesta involuntaria. Una conversación que se estira algo más de lo común. Un niño que se queda mirando una hormiga. Una niña toca la espina de una rosa suavemente con su pequeño dedo una y otra vez. Una canción que se escucha sin hacer otra cosa. Una idea para escribir. Son esos momentos en que el tiempo se desentumece para recuperar su misterio.

En la introducción que Byung Chull Han hace en El aroma del tiempo dice "La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa de nuevo". Quizás la batalla cultural más urgente hoy no sea solo por las ideas, por los discursos o por las tecnologías sino por el tiempo. Por volver a habitarlo. Por defender espacios donde el tiempo no esté al servicio de la productividad sino de la vida. No como nostalgia de un pasado perdido, sino como gesto de fuga, como intento de reapropiación. Porque sin tiempo no hay experiencia, no hay pensamiento, no hay deseo. Y sin deseo solo queda repetir lo que ya no funciona.

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