martes, 18 de mayo de 2021

Caminatas posmodernas: Las veredas de la pandemia y la "expropiación" de lo público.

Cuando camino por estas calles del barrio en el que vivo hace 30 años se abren líneas de relaciones en todos los sentidos pero fundamentalmente en el sentido temporal. Hacia el pasado y hacia el futuro. El tango decía (y ahora confirmo con razón) que veinte años no es nada, pero treinta... treinta empieza a sonar a mucho. Dan lugar a la sincronía y la diacronía, las comparaciones temporales, rupturas y continuidades, anacronías, memorias borrosas o alteradas, reescritas, flashbacks, "dejavues", ¿Es así como se escribe?. Todo eso en un barullo que intento explicar aquí. 

Esas relaciones con el tiempo me unen a las calles que transito hoy a mis 42 años en plena pandemia. Soy una construcción de esta ciudad. La ciudad y sus transformaciones afectan mi memoria y seguro la tuya también. "¿Qué había antes de este edificio que están construyendo?" esas preguntas se repiten varias veces por cuadra. El cielo y las nubes se transformaron en cemento y ventanas como un proceso invisible pero avasallante de lo privado con lo público.

Las veredas circulan por la misma historia que el resto del barrio. Muchas se han renovado pero la mayoría se mantienen iguales a la primera vez que las vi, o que les di existencia con la vista, con sus formas, su materia, sus rajaduras, sus baldosas flojas que escupieron mi botamanga con agua de lluvia. Quizás ahora están algo mas destruidas pero no importa porque su función perece ser simplemente despertar el recuerdo de su estirada existencia. 

Como transeúntes no somos de prestarles atención ni a las veredas, ni a los árboles, ni a los canteros, ni a los cestos de basura, mucho de todo eso queda fuera de esa idea de existencia post empírica. En mi caso se da que cuando camino lo hago mirando hacia abajo pero solo miro ahí por costumbre, o para no caerme quizás, la mayoría de las veces estoy pensando en algo y no presto la suficiente atención para hacer un estudio profundo de las veredas y el resto de los elementos que, estáticos, circulan al momento en que camino. 



La caminata de hoy no es la primera que hago durante la pandemia pero sí la que me ofreció algo para pensar. Vivo a ocho cuadras de la plaza principal de esta ciudad. Cuando era mas chico era una zona semi céntrica en la que jugábamos en la calle, hoy las ocho cuadras que caminé fueron de ruidos de automóviles que superan el volumen de la música que escucho con mis auriculares. La música enmascara mi zumbido y los autos enmascaran todo lo que se puede escuchar. Si con el silencio nada se escucha, con el ruido tampoco, algo así como la tesis y antítesis de Hegel pero solo que no encuentro el devenir. 

La pandemia no ha modificado estos elementos de lo urbano pero sí el modo en que los experimentamos y los utilizamos. Los bancos públicos para sentarse están clausurados y las veredas del centro de la ciudad están ocupadas por extensas filas de personas que desean. La expresión de deseo (entendiendo a esta como un palabra exclusiva del mercado, del capitalismo) se materializó en las numerosas filas que nacen en las puertas de los comercios para extenderse por metros y metros sobre las veredas céntricas. Filas de rostros sin bocas ni narices pero de ojos desiguales. Lo privado invadiendo lo público otra vez, así como los autos ruidosos alejan a los niños de las calles. 

El mercado en la vereda ya no es del mantero solamente, las mesas de las cafeterías y cervecerías comenzaron a ocupar las calles. Si las personas entraron menos a los negocios por el aumento de las compras on line en los últimos años, ahora ya no entran al "negocio" porque éste está afuera, en el espacio público, invadiendolo aún más.

Pero este paisaje de ocupación no es excepcional, solo es pandémico. El verdadero proceso de ocupación de lo privado en lo público es mas amplio, histórico e invisible. Es anterior. Como decía, por las calles que están entre estas veredas que transito de ida y vuelta, hace 30 años había niños y niñas haciendo carreras de bicicletas, jugando a las escondidas, saltando una soga, haciendo arcos con ladrillos para jugar un partido de futbol ante el vecino regañadientes, etc. 

La calle es el espacio urbano en el que se hizo explícito el proceso en que lo privado expropia a lo público pero que lo invisibilizamos cuando lo resumimos en un "antes era más lindo porque los chicos jugábamos en las calles y había menos autos". Las facilidades de créditos en combinación con la publicidad han dejado como resultado la horda de conductores endeudados que llenaron de automóviles encerrando a aquellos niños en los patios de sus casas, en las canchas de césped sintético, o en sus habitaciones, en sus camas y finalmente en sus dispositivos.

El suelo y el cielo parecen estar perdidos en esta batalla invisible. Los edificios, así como los consumidores, también hacen filas interminables. Crecen y crecen con semillas lanzadas por pocas manos. Son los dueños del cielo y la vivienda de miles. Detrás de las construcciones está el cielo resplandeciente, pero estando allí es invisible, incapaz de ofrecer una mínima experiencia estética de un amanecer o un anochecer.

Esta ciudad parece afrontar un apocalipsis que no se ve y es por eso que siento caminar por los escombros de una antigua ciudad.



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