domingo, 4 de octubre de 2020

Good Bye Lenin: Nihilismo, alienación y nostalgias en algunas formas de rememorar el pasado de Berlín.



"El mal de Archivo", la ciudad, los monumentos, las películas, los libros.

"Las ciudades (las grandes) tienen una relación especial con la historia. Ésta invade su espacio con la conmemoración, la celebración ostentosa de victorias y conquistas. La arquitectura sigue a la historia como su sombra, aun cuando los lugares de poder se desplacen de acuerdo con las evoluciones y revoluciones internas. La historia es también violencia y a menudo el espacio de las grandes ciudades recibe frontalmente los golpes. Lleva las señales de sus heridas. Esa vulnerabilidad y esa memoria recuerdan las del cuerpo humano y son, sin ninguna duda, las que nos hacen la ciudad tan próxima, tan emocionante. Nuestra memoria, nuestra identidad están en cuestión cuando la «forma de la ciudad» cambia y no nos cuesta demasiado imaginar lo que han podido significar sus conmociones más brutales para los que han sido sus víctimas". Así comienza el etnólogo Marc Augé un artículo para Le Monde Diplomatiqué en Agosto del 2001. El artículo hace un hermoso análisis crítico y descriptivo de la Berlín de ese momento. Imagino a Augé haciendo el estudio de campo en algún café de alguna esquina berlinesa, tomando notas de ideas inconexas pero que luego tendrán sentido en éste u otros textos. A veces escribo de esa manera en mi anotador, algunas frase van a parar a un escrito otras a otro, algunas palabras a canciones y otras a poemas pero todas tienen uso. Creo que siempre quise ser etnólogo, pero de esos que se centran en lo urbano y lo actual. Creo que siempre quise ser Marc Augé.


Aún no he conocido Berlín. Muchos se han referido a ella como una ciudad museo, en la que el pasado está presente. Sin embargo, como señala el historiador Enzo Traverso, en Alemania se ha elegido qué pasado conmemorar. Se resaltan fragmentos por sobre otros como producto de una selección. Alemania ha elegido la memoria del holocausto por sobre la ocupación del país por parte las potencias que la vencieron durante la segunda guerra, y como consecuencia, la división entre capitalismo y comunismo. Esto se expresa bien en la ciudad de Berlín (la parte Este) como en otras ciudades europeas por donde el régimen soviético dejó rastros. 

Una vez, la cabeza de un monumento de Lenin rodó en una plaza para luego yacer en un museo. Es decir, salió del espació publico en el que se construye el sentido común para entrar a un espacio acotado con otro sentido. Como el mingitorio de Duchamp, salvando las distancias. El espacio público parece ser el lugar en el que se da la lucha por la memoria que impone el Estado frente a la que la sociedad exige (semanas atrás hubo una oleada de derrumbes de monumentos por cuestiones raciales en EEUU e Inglaterra) pero tambien es un espacio de batalla que poco a poco se reduce frente a un mercado ubicuo y una tecnología que aquieta. 

En el espacio público se desarrollan una diversidad de significados del monumento en relación con el pasado y la cultura, allí además es en donde convive con el resto de las características de la belleza urbana, la arquitectura, los graffitis, las calles, las veredas, la gente misma. Un monumento podría estar graffiteado en una plaza que sería un modo de reconocimiento de la memoria colectiva, pero si no está no hay diálogo pues no se puede dialogar con algo ausente.


Lo cierto es que esa memoria, a pesar de haber sido minimizada, no ha desaparecido, de hecho la caída del muro de Berlín se la ha tomado dentro de la línea de tiempo como el fin del siglo XX en el caso de Eric Hobsbawm, así como otros lo han interpretado como el fin de la historia misma, bajo la idea de un liberalismo perpetuo (Fukuyama). Pero no es sólo ésto, también se ha señalado el cambio en el modo de ver el pasado a partir de la caída del muro, ese es el caso de Andreas Huyssen. En fin, el pasado lejos de estar olvidado está siendo observado desde diferentes aspectos, es por eso que para ese autor se vive en una época de museización, en la que es fácil archivar pero en la que también rige el caos de la sobreinformación. Sin autoridad, sin curaduría, hoy desde una foto de celular a un documento histórico es un archivo. Para Derridá esto, la acumulación de información sin procesos ni criterios de selección, este "Mal de archivo", que deconstruye hasta llegar al concepto anarchivo (anarchy).





Pero por suerte, la mera acumulación no es memoria, ésta es una construcción mas compleja que la apilar archivos sin que rija un orden. Pierre Norá ayuda a comenzar con esta reseña a partir de la idea de Lugares de Memoria, entendiendo ésto como aquellos formatos contenedores de memoria como puede ser un libro o una película entre otras cosas. Todo aquello que permita realizar una representación acerca del pasado exige un trabajo memorístico y colectivo. Existen también otras exigencias especificas, se habla de film de memoria cuando refiere a testimonios o a un lugar específico. Sin embargo, no quiero perder la oportunidad de decir que ante la imposibilidad de volver al pasado cualquier imagen que nos permita representarlo, imaginarlo, recrearlo es una imagen que nos ayuda a desarrollar la habilidad memorística. Repasemos algunos relatos sobre Berlín que se dieron en el tiempo.





Nihilismo cultural

1- Why Does Herr R. Run Amok?: ¿Por qué corre Amok el señor R? es una película alemana de 1969 dirigida por Rainer Werner Fassbinder y Michael Fengler, filmada en la parte occidental de Berlín y que la pude ver en la plataforma Mubi. En el sentido de lo que hablábamos anteriormente no es un film de memoria, ya que no está basado en un testimonio real, ni en un lugar específico por el que haya transcurrido la historia puntualmente como un campo de exterminio, mas se trata de una representación general de la ciudad y las implicancias de la vida repetitiva. 

En la historia que rodea al protagonista (un joven casado, empleado de un estudio de arquitectura con una vida en loop) rondan amplias conversaciones hechas de manera improvisadas, según pude investigar, en las que se baja al nivel de lo cotidiano, en donde las risas, los silencios, las pausas, las pitadas de cigarrillos, las búsquedas de temas con el grupo de amigos, las miradas de complicidad, los suspiros y los respiros dan una atmósfera de pérdida de sentido y alienación. Hay que estar ahí sin saber mucho por qué. Como una ausencia de esencia, o de la existencia misma. Me recuerdo sintiendo lo mismo al leer a Roquentin, el nihilista protagonista de La Náusea de Jean Paul Sartre, que experimenta lo nauseabundo al percibir el mundo y la existencia de las cosas mismas. 

El consumo de plataformas y el sentido de urgencia en el modo de consumir en el que vivimos me llevó a preguntarme varias veces durante el inicio del film "¿Por qué estoy mirando esto?". Los segundos pasan arrastrándose pesadamente por momentos, y entonces quien consume esta película en la inmediatez de esta época termina sintiendo la misma experiencia de extrañamiento que siente el protagonista de esta historia en ese mundo de carencias de lo inmaterial y abundancia del mercado. 

Como decía, ésta es la historia de un joven en el contexto de la vida cotidiana de Berlín occidental, caracterizada por la opulencia y el importante modo de consumo. Las presiones que tiene este jóven pueden pasar por la mala relación entre su mujer y sus padres, o por no recordar una canción al momento de comprar un disco de vinilo en una disquería, o bien por verse alejado de un ascenso dentro del estudio de arquitectura en el que trabaja a pesar de las aspiraciones de ascenso que tiene su mujer sobre él. Sin embargo, cada cuestión mínima toma sentido dramático. Pareciera una vida en el que hay mucho para ver y poco para sentir, un mundo de esencias borrosas y memoria frágil.

La antítesis a ese momento de olvido, en el que solo hay presentes (característica de la sociedad de consumo), de pérdida de sentido de la existencia y de vacío, no es mas que la reminiscencia. Recordar aquello que fue olvidado. Retomar algún viejo momento de sentido que recuerde que el presente no es mas que un extremo frágil y momentáneo de la cuerda, un velo que miente sobre el futuro pero que a la vez distrae lo pasado. La reminiscencia equivale a esa opción que podría traer alguna emoción pasada que detenga el incesante movimiento del tiempo y se clave en aquel presente como una estaca. 

Este encuentro con el pasado se da a través de un amigo de la infancia, a quien recibe en su casa para charlar sobre los viejos tiempos a pesar de que aún siguen siendo jóvenes. La nostalgia por aquellas ilusiones vividas se profundizan al cantar una canción que dice "A donde me dirigiré cuando la angustia y el dolor me opriman". El silencio, como testigo del "darse cuenta" de la conexión entre el pasado y el presente luego de esa canción profundiza el conflicto interno de cualquier persona hasta el punto de llegar a las trágicas decisiones que el joven tomará.


Una nostalgia no conservadora

2- Good bye lenin la tomo como una película netamente nostálgica, no retro. Contiene eso que se llama nostalgia reflexiva. Una nostalgia que no impone volver a un pasado (nostalgia restauradora según se puede ver en Retromanía de Simon Reynolds) sino que solo recuerda y extraña casi de modo neutral como lo es el mismo tiempo, como si solo existiera una sola postura ante el paso del tiempo, la de sentirse incapaz de controlarlo y entenderlo sabiendo la imposibilidad de esa acción. Una nostalgia como ensoñación más que de conservación.

Como la película está centrada en el momento en que se termina la división de Berlín encuentro una relación con el pasado mas presente en quienes encontraron sus ideales derrotados. La nostalgia de Good Bye Lenin es la representación del fin de la historia y luego el triunfo del capitalismo liberal que planteó Fukuyama. Hay una muerte, y por ende hay un duelo que es tan reciente que no se puede ver si ha finalizado para saber si el tiempo desembocó hacia el dolor o hacia otro objeto de deseo. Habiendo pasado ya treinta años de la caída del muro, vemos en esos ideales de izquierda más melancolía que duelo diría el historiador Enzo Traverso en el libro Melancolía de izquierda. 

Los colores, las imágenes reales combinadas con las de la película en una tecnología noventosa a pesar de ser del siglo XXI, recrean la misma sensación de recuerdo borrado artificial que al escuchar el crepitar de un disco en un formato digital. Una paradoja temporal. La voz en off personaliza el relato de la historia de la familia y permite incorporar esta historia a la historia de la ciudad desaparecida. Los más jóvenes ven las libertades individuales como oportunidades en vistas al futuro y desembocan en multinacionales del fast food mientras que en los edificios abandonados de la Alemania Oriental la juventud más nocturna de quien sabe que subcultura vivencia una mezcla de fiesta punk y rave al mismo tiempo. La cultura se esfuerza por combinar esperanzas e ideales en una misma ciudad. Ya no hay conflicto (?), ya no hay división, y eso se lee como paz incluso hasta hoy. Una paz que nace en la derrota y no en el acuerdo.
 
Si en algo discuto con el modo en que sucedieron los hechos es que el capitalismo ha quedado involucrado casi al modo siamés con la democracia, como si ambos fueran parte de lo mismo, confundiendo la libertad de mercado con la libertad de ideales. Hay un sabor a Fukuyama en aquel relato. Todo se transforma en una lógica irrompible de blancos y negros que se despliega respectivamente del modo capitalismo/comunismo, Libertad/opresión, democracia/autoritarismo, mercados aburridos/mercados coloridos, triunfadores/perdedores, buenos/malos, futuro/pasado, progreso/estancamiento, y así.






Sobre la libertad grupal las libertades individuales.

Otoño Aleman es la versión más actual del relato de esta historia que leí a través de Liliana Villanueva, pero que a la vez juega como un testimonio de lo ocurrido en Berlín el 9 de Noviembre de 1989. De hecho algo que me gusta es no poder distinguir cuánto es ficción y cuánto testimonio. Es un libro editado en 2019 por Blatt & Ríos. Nuevamente la arquitectura relacionada con la historia de esta ciudad, ya que la autora es una arquitecta argentina que vivió y vive en en esa ciudad. Algunas sensaciones de la lectura me recuerdan a Good Bye Lenin, de hecho hago un proceso en que cierro lo leído con imágenes que vi en esa película (retomo aquí la importancia de las imágenes para la creación de una memoria). Mucho de esa lectura me lleva a la película por mas que no planteen lo mismo o de hecho planteen lo contrario, a mi criterio.

Encuentro una gran diferencia en torno a lo que se ha planteado algún momento entre en torno a la nostalgia (Nostalgia reflexiva y nostalgia conservadora), es que lo que en Good Bye Lenin se muestra como nostalgia por la utopía que se muere bajo lo hegemónico, en Otoño alemán hay un sesgo de nostalgia conservadora en la que todo lo bueno ocurre con el capitalismo, allí hay libertad, o al menos una idea de libertad que aparenta de muy buena manera ser libre, la libertad liberal, justamente Isahia Berlín podría desatar los nudos de los sentidos de libertad cuando diferencia entre libertad positiva (libre pensamiento en sociedad) y libertad negativa (libre mercado e individualismo). La práctica de la cultura del capitalismo en aquellos que no tomamos decisiones se traduce en que la libertad es tan amplia que el futuro es incierto pero en un sentido mas distópico que utópico, pues no hay mucho de libertad en no saber si los derechos logrados por una clase pueden mantenerse en el tiempo. Todas las palabras deben ser sometidas al filtro que la deslocalice del discurso que la impone. 

La autora hace un gran relato de libertad liberal en los momentos siguientes al fin de la división, al fin del eclipse. Los ossis (los del este) pasan al oeste y reciben de regalo 100 marcos que inmediatamente son gastados en las calles con concentración comercial pero a la vez paqueta de Berlín occidental en la que turcos y alemanes instalan puestos de banana para vender a los recién llegados de la historia. De este modo, la autora da a entender que los Ossis pudieron experimentar eso que se les había privado, la libertad, la libertad de poder comprar algo en el centro de Berlín Oeste, la libertad de tener ropa actual y no pasada de moda. De modo que el muro, el maldito muro se reduce a una representación del tiempo, como el túnel de Dark, pero que de un lado está el progreso y del otro el atraso, bajo una idea en la que el progreso equivale a la racionalidad técnica fundamentalmente, desarrollo tecnológico y la experiencia en el mercado que de ahí se desprende. En algún punto me recuerda al discurso triunfante de las señoras que dicen que su hijo progresa porque compró el auto a pesar de la deuda que contrae.

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