lunes, 3 de mayo de 2021

La libertad encerrada en su laberinto

 Por Pablo Chiesa

 

Sábado, 1 de mayo. Horas antes, nuevas medidas de prevención sanitaria fueron dispuestas por el poder político. Los constructores del discurso dominante le han otorgado un apelativo ya hace varios meses: las llaman “medidas restrictivas”.

Las pantallas de los canales noticiosos, junto a los portales de mismo capital paterno, repiten la escena de miles de autos escapando de la ciudad para disfrutar de la soleada jornada, mientras encuentran en su camino controles que desaceleran su paso. Los videogrhap enfatizan: caos, desorden, embotellamiento. La triada se completa con las voces de periodistas que dan organización discursiva al potente mensaje audiovisual.

En una de las señales televisivas, se suma otro ingrediente: a pantalla partida, mientras se sucede ese “descontrol” en las vías de acceso y salida de la metrópoli, también se muestra la “falta de control” en una feria popular del gran Buenos Aires. La pregunta, non sancta, agrega más leña al fuego: ¿Por qué controlan allí y no aquí? Y así, apelando al más puro sentido común, la búsqueda es instalar la contradicción, sin matizar ni considerar los contextos en que se dan ambas situaciones, tan alejadas entre sí como los kilómetros que separan a una de otra.

En el fondo, se trata de la disputa por resignificar la libertad. Desde el inicio de la pandemia esta discusión sobrevoló permanentemente las políticas de Estado, los discursos mediáticos, las protestas porteñas, los intereses electorales opositores y finalmente, a la sociedad misma.


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La polémica alcanza distintas dimensiones que terminan entrelazándose entre sí y se miden con distinta vara. Por un lado, la libertad que se erige como un tótem de este tiempo neoliberal. Un templo sagrado al cual se rinde culto desde diferentes altares: la meritocracia, el consumo irracional y el pensamiento-accionar solitario y mezquino.

Además, en nuestra sociedad occidental toda decisión estatal, como muchas de las adoptadas excepcionalmente por la pandemia, que asome con encuadrar esa libertad individual (en pos de sostener derechos colectivos, como la salud) alcanza el repudio compartido del establishment mediático y los representantes sociopolíticos que comparten esa visión del mundo. Como afirma Carlos M. Ciappina, toda institución/organización que intente o proponga conductas “sociales” es vista así como una amenaza a la libertad. Entonces, “la libertad en términos individuales se absolutiza como una realidad vital que está por encima de cualquier colectivo social”.

Allí están, al lado izquierdo de la pantalla, los miles que desean ejercer su libertad (en este caso puntual para el esparcimiento), pero para ello deben superar un escollo (control público) que, desde la perspectiva de los defensores a ultranza del neo-liberalismo, solo pretende impedir o alterar aquello que sobrevaloran por sobre cualquier bien o derecho común.

En la derecha del televisor, mientras tanto, se muestra una feria del conurbano donde miles de personas buscan ganar o ampliar su sustento sumergidos en una economía informal, por fuera de los límites del mercado. Se muestra el hecho, pero, sin embargo, se invisibiliza el debate en torno a la libertad económica de los miles de trabajadores informales. O se confunde, sin señalar el rol que tienen el capital y las formas de producción y distribución predominantes en el real ejercicio de la libertad.

¿Son estos feriantes ciudadanos libres? En términos económicos, se podría afirmar que están oprimidos por un sistema perversamente injusto que ya ni siquiera les permite vender su fuerza de trabajo y, expulsados, hacen lo que pueden para sobrevivir. Muchísimos atraviesan una tragedia cotidiana, donde ni siquiera queda lugar para ponerse a discutir o protestar por las libertades individuales, simplemente porque antes hay que comer y ganarse el mango para eso. Son la demostración efectiva de las condiciones que impone el mercado y sus reglas en términos de competitividad, eficiencia y, especialmente, disposición de capital. Pero esto, no se muestra ni discute.

El foco está puesto, como si fuera la misma cosa sin distinción alguna, en porque se controla rigurosamente allí donde el individuo pretende ser libre de circular y disponer de su tiempo de disfrute en un contexto de enorme peligro sanitario y no aquí, en una feria con personas que pretenden llegar a fin de mes. Una postura que se sumerge en la perspectiva de clase de los medios de comunicación porteños.

Amerita decir que esta reflexión no pretende justificar la ausencia o falta de controles necesarios, sea cual sea el ámbito y las personas involucradas. Mucho menos, dejar de reivindicar las libertades ejercidas a derecho que tanto costó recuperar a costa del dolor y la lucha de miles de argentinos. Por el contrario, lo que se intenta desnudar es la primacía de la defensa de actitudes centradas en el bienestar individual por sobre derechos colectivos (entre los que, claro, se encuentra también la libertad). Defensa solapada la mayoría de las veces, pero que se pone de manifiesto día a día en miles y miles de noticias que abordan este tema desde el prisma de los deseos de consumo sin que nada, ni nadie, los altere. Ni siquiera una pandemia mundial.

La paradoja inevitable es que mientras más se profundiza esta opción por sobre los derechos y libertades colectivas, más cerca estamos del precipicio y de la imposibilidad de que se cumpla una o ambas alternativas.

Porque en paralelo, a mayor libertad de consumo personal sin límites, crecen la degradación y explotación de la naturaleza, los desastres ambientales y los peligros para la supervivencia humana. A mayor libertad de desarrollo personal sobre los pilares meritocráticos, se agigantan las injusticias y se cierran las oportunidades para los vulnerables y excluidos. A mayor mezquindad y falta de vinculación cooperativa con los demás, se abre la puerta al odio y la competencia feroz e irracional.

Este escenario, en definitiva, solo cercena libertades. Quien promueve la elección de hacer lo que le plazca sin comprender ni aceptar las condiciones del entorno y la existencia del otro como un no-enemigo, solo está demorando lo ineludible y, falto de conciencia, construye un destino sin salida que, por supuesto, no incluye ni siquiera el pleno ejercicio de la libertad. 


 1 - https://contraeditorial.com/pandemia-neoliberalismo-y-una-nueva-libertad/

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