domingo, 21 de octubre de 2018

Cultura Fetiche: El consumo de la izquierda y sus detractores

Por Mariano Alvarez

"¿Cómo va la revolución?" le dijo un amigo con mueca burlona a otro estudiante pero afín al socialismo que allá por el 2006 portaba un celular costoso. La respuesta fue silencio primero y luego risas de todos (incluyendo el acusado) los que estábamos en esa paella luego de cursar Metafísica.

El capitalismo asimila lo contracultural para transformarlo en mercancía rebelde cool y la contracultura junto a las subculturas consumen resignificando productos del mercado tradicional para apropiarlo. El modo en que se consume diferencia a la contracultura del consumo tradicional. Claro es entonces que lo que no desaparece en esa relación es el consumo. 

Como dice Fredric Jameson en el volumen 1 de Posmodernidad, "la cultura posmoderna es esa que devino en producto". El nuevo estilo de vida idolatra el fetichismo de la mercancía de la que Marx hablaba, pero también lo supera.

La cultura fetiche que naturaliza el consumo actúa envolventemente relacionando la cultura hegemónica con las subculturas y contraculturas por medio de la mercantilización de la ideología. Es decir, todo lo que te rodea es un producto a consumir o ya fue consumido.

En este contexto pensar que el consumo es contrario a una ideología comienza a ser arcáico pero sin adelantar respuesta les dejo en fragmento del libro Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? de Mark Fisher mientras preparo en mi cafetera italiana un espresso con café que anoche compré en Starbucks.





A poco de iniciado el movimiento Occupy London Stock Exchange, la novelista devenida política conservadora Louise Mensch apareció en Have I Got News For You?, el programa de la bbc, y comentó con sarcasmo que la aglo­meración en esa zona comercial de la ciudad había produ­cido “las filas más largas en toda la historia de Starbucks”. Y el problema no era solamente que los activistas toma­ban café de marca: también usaban iPhone. La línea de su razonamiento era nítida: ser anticapitalista equivale a ser un anarcohippie primitivo. Por supuesto que los plateos de Mensch fueron ridiculizados, y hasta en el mismo programa en el que salieron al aire, pero los problemas que ponen sobre la mesa no se pueden pasar por alto tan fácilmente. Si la oposición al capital no significa que uno tenga que mantener una postura antitecnología y anti­producción en serie, ¿entonces, por qué se ha identificado al anticapitalismo con esta especie de “localismo de la comida orgánica”, al menos en la caricatura que hacen de él sus oponentes como Mensch, e incluso en la cabe­za de algunos de sus seguidores? Esta perspectiva pasa por alto el entusiasmo que Lenin sintió por Taylor, el que Gramsci sintió por Ford, y el empeño tecnológico soviético en el marco de la carrera espacial, entre otros capítulos de la Historia. No es novedad que el capitalismo ha tratado siempre de ejercer un derecho natural monopólico sobre el deseo: recordemos el famoso aviso de Levi’s de la década de 1980 en el que un adolescente ansioso ingresa de contrabando un par de jeans a través de un puesto de frontera de la urss. Pero la aparición de los bienes de consumo elec­trónicos ha permitido al capital confundir deseo y tecno­logía al punto tal de que el deseo por un iPhone se vuelve automáticamente idéntico al deseo de capitalismo a secas. Inevitable recordar otro aviso: el también célebre “1984” de Apple, en el que la aparición de la computadora per­sonal quedaba igualada con el fin del control totalitario.



Mensch no fue la única que se burló de los activistas de Occupy por su consumo de café de cadena y su empleo de bienes como los teléfonos móviles. En el Evening Standard de Londres, un columnista se quejaba porque “son el capi­talismo y la globalización los que produjeron las ropas que usan los que protestan, las carpas en las que duermen, la comida que comen, los teléfonos en sus bolsillos y las redes sociales que usan para organizarse”. Pero los argumentos de Mensch y sus compañeros reaccionarios en respuesta a Occupy no fueron sino versiones de aquellos argumentos presentes en los extraordinarios textos antimarxistas que Nick Land escribió en la década de 1990. Las provocaciones de teoría-ficción de Land partían del supuesto de que el deseo y el comunismo eran fundamentalmente incompa­tibles. Y hay al menos tres razones para tomar estos tex­tos en serio y no como una valentonada antimarxista. En primer lugar, porque en esos escritos Land mostró cru­damente los problemas que la izquierda enfrenta hoy en día. Land adelanta la película hasta su futuro cercano, es decir, nuestro pasado inmediato: un futuro cercano en el que el capital se pasea del todo triunfante y muestra hasta qué punto esta victoria depende de la mecánica libidinal de la publicidad y las empresas de relaciones públicas, cuyas excrecencias semióticas parasitan lo que antigua­mente fue el espacio público.


Todo lo que no pasa directamente por el mercado cae triturado por la axiomática del capital y queda incrustado holográficamen­te a las marcas estigmatizantes de su obsolescencia. Una forma generalizada de publicidad negativa deslibidiniza todo lo que sea público, tradicional, piadoso, caritativo, autorizado, prestigioso o serio, en pos de la seducción suave de la mercancía.


Land está en lo cierto al referirse a esta “forma gene­ralizada de publicidad negativa”, pero la cuestión está en cómo combatirla. En lugar del llamado a retirarse de la pro­ducción semiótica que hace la activista Naomi Klein en No logo, ¿por qué no abrazar todos los mecanismos de la pro­ducción semiótica libidinal en nombre de un antibranding poscapitalista? El estilo radical chic no debería ser un moti­vo de vergüenza para la izquierda, bien al contrario: es algo que deberíamos incentivar y cultivar. ¿No fue justamente el momento del colapso de la izquierda coincidente con el punto en el que los conceptos de chic y radical dejaron de ser compatibles? Es hora de que comencemos a valorar y proveer de una connotación positiva a estos epítetos como radical chic socialismo de diseñador, porque justamente fue la homologación del diseño con el modo de producción capitalista lo que hace parecer al capitalismo como la única forma de modernidad posible.
La segunda razón por la que son importantes los tex­tos de Land es porque exponen una contradicción incó­moda entre el compromiso oficial con la revolución de la izquierda radical y su tendencia real al conservadurismo en el terreno político, estético y formal. La fuerza casi hidráulica del deseo, en los escritos de Land, se opone al impulso derrotista hacia la preservación, la protección y la defensiva que resulta típico de la izquierda. Pero el delirio disolvente de Land es una especie de autonomismo invertido, en el que el capital asume todas las capacidades improvisacionales y creativas que Mario Tronti, Michael Hardt y Toni Negri adscriben al proletariado y la multitud. Al sobrepasar inevitablemente todos los intentos del “sis­tema de seguridad humano” para controlarlo, el capital emerge como la auténtica fuerza revolucionaria capaz de someter todo, incluyendo las estructuras de la llamada realidad, a un proceso cabal de licuefacción: “escape, síndrome chino planetario, disolución de la biósfera en la tecnósfera, crisis terminal de la burbuja especulativa, ul­travirus y revolución privada de toda escatología cristiana o socialista”. ¿Dónde está la izquierda que pueda hablar con confianza en nombre de un futuro alienígena, que pueda celebrar y no llorar la desintegración de las sociabi­lidades y territorialidades existentes?


La tercera y última razón por la que los textos de Land valen la pena es porque reconocen el terreno en el que la política hoy en día opera, o debería operar si ha de ser efectiva: un terreno que nos muestra a la tecnología totalmente entrelazada en la vida cotidiana y el cuerpo. El diseño y las relaciones públicas son ubicuas; la abstracción financiera ejerce dominio sobre el gobierno. La vida y la cultura se subsumen en el ciberespacio. Por eso mismo el hackeo de datos asume una importancia cada vez mayor. Así podría parecer que Land, el avatar del capital acele­rado, termina confirmando ampliamente la afirmación de Žižek de que el trabajo de Deleuze y Guattari funcionaría como una ideología para los flujos desterritorializados del capitalismo tardío. Pero hay dos problemas con la crítica de Žižek: el primero es que toma de modo muy literal la promesa del capital, dando por descontadas sus propias tendencias a la inercia y la reterritorialización; el segun­do es que la posición desde la que Žižek realiza su crítica depende, implícitamente, de la afirmación del carácter de­seable y posible de una vuelta al leninismo-estalinismo. En el momento más álgido de la decadencia del movimien­to obrero tradicional, fuimos forzados más de una vez a tomar partido por una dicotomía falsa entre el leninismo ascético y autoritario, que al menos funcionó bien en su momento (en cuanto pudo tomar el control del Estado y limitar la esfera de dominio del capital), y los modelos de autoorganización política que han hecho, efectivamente, muy poco para desafiar en serio la hegemonía del neoli­beralismo. Necesitamos construir aquello que se prometió tantas veces pero que nunca se hizo efectivo a lo largo de las sucesivas revoluciones culturales de la década de 1960: una izquierda antiautoritaria efectiva.



Mark Fisher


En buena medida, lo que hace que el pensamiento de Deleuze y Guattari siga siendo válido en la actualidad es que, como el trabajo de los autonomistas italianos que los inspiraron y a quienes ellos también inspiraron, Deleuze y Guattari se comprometieron a abordar este problema de una forma específica. Y lo que se debe hacer ahora no es defender porque sí a Deleuze y Guattari, sino enten­der que el problema que ellos reconocieron y trabajaron es el problema crucial que enfrentamos hoy en día, es decir, la relación del deseo con la política en un contexto pos­fordista. El colapso del bloque soviético y el repliegue del movimiento obrero a escala global no se han debido solo, ni fundamentalmente, a una falla en la voluntad o en la disciplina de sus cuadros. Al contrario, fue la desaparición de la economía fordista y de sus estructuras disciplinarias concomitantes la que nos impide continuar con las viejas instituciones políticas y los viejos modos de organización social, etc. del campo de las clases trabajadoras, justamente porque ya no se corresponden, estos modos, con las formas reales del capitalismo contemporáneo y las subjetividades emergentes que lo acompañan o le plantean debate. Nadie dudaría de que el lenguaje de los “flujos” y la “creativi­dad” se encuentra exhausto precisamente porque las “in­dustrias creativas” del capitalismo se lo han apropiado. Y sin embargo, la proximidad de algunas ideas de Deleuze y Guattari con la retórica del capitalismo tardío no es una marca de su fracaso, sino de su éxito patente al descifrar algunos de los problemas de la organización política bajo el posfordismo. El giro del fordismo al posfordismo, o de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control, para usar la terminología de Foucault y Deleuze, por supuesto que involucra un cambio en el régimen libidinal: concreta­mente, se intensifica el deseo por los bienes de consumo, financiados a crédito. Pero esto no significa que esta rein­versión libidinal deba ser combatida mediante la afirmación de la antigua disciplina de clase. El posfordismo ha llevado a la descomposición de la vieja clase trabajadora. En el oc­cidente globalizado, cuanto menos, la clase trabajadora ya no se concentra en los espacios industriales y sus formas de acción, por lo tanto, ya no son tan efectivas como antes. Al mismo tiempo, las atracciones libidinales del capitalismo de consumo deben ser enfrentadas por una especie de contrali­bido y no simplemente por una deslibidinización depresiva.


Pero todo esto implica reconocer, desde la política, la naturaleza fundamentalmente inorgánica de la libido, tal como fue descripta por Freud y los surrealistas, por Lacan, Althusser y Haraway, por Deleuze y Guattari, entre otros. La libido inorgánica es lo que Lacan y Land llaman pulsión de muerte: no se trata del anhelo de morir, de extinguir el deseo en la muerte (lo que Freud llamaba el principio del Nirvana), sino de una activa fuerza de muerte definida por la tendencia a desviarse de cualquier regulación homeos­tática. Como criaturas deseantes, somos nosotros mismos quienes rompemos el equilibrio orgánico. Y la novedad de El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia como obra pre­cursora de un nuevo relato histórico está en su forma de combinar esta lectura de la libido inorgánica con la noción marxista-hegeliana de que la historia tiene una dirección. Y una de las consecuencias de este análisis es que se tornó muy difícil volver a encauzar esta libido inorgánica capaz de maquinar la historia y dotada de dirección propia una vez que ya se ha escapado del cauce: si el deseo es una fuerza histórico-maquínica, su emergencia altera la “realidad” misma. Suprimir el deseo, por su parte, implicaría o bien dar un masivo y costoso giro de la historia hacia atrás o bien provocar amnesia colectiva a gran escala, o una combinación de ambas cosas.



Para Land, esta cuestión también implica que “el pos­capitalismo no tiene sentido salvo como fin al motor del cambio”. En este punto debemos regresar a Louise Mensch y entender que el desafío es imaginar una forma de posca­pitalismo que pueda equipararse con la pulsión de muerte. De momento lo que encontramos es que buena parte del anticapitalismo, por el contrario, se aboca a la búsqueda imposible de un sistema social orientado a la quiescencia total, al principio del Nirvana, es decir, orientado a un retorno al equilibrio místico primitivo, sin Starbucks y sin iPhone, de los que se mofan Mensch y sus camaradas conservadores. Y es evidente que este retorno sería posible solo si se satisface una de dos condiciones: un apocalipsis tecnosocial o un retorno del autoritarismo. ¿De qué otra manera disolver la pulsión? Y si el equilibrio primitivista no es lo que queremos, fundamentalmente tendríamos que poder articular qué es lo que queremos, lo que equivaldría a desarticular el meollo que el capital forma con el deseo y la tecnología de consumo.


Con todo esto en mente, podemos volver a considerar la pregunta inicial de hasta qué punto el deseo que suscitan Starbucks y iPhone es finalmente un deseo de abrazar el capitalismo. Es llamativo ver que lo que se condena tan a menudo en el modelo de negocios de Starbucks es lo mismo que se le reprochaba típicamente al comunismo: su carácter genérico, homogéneo, su capacidad de erradicar la individualidad y la iniciativa de los empleados. Al mismo tiempo, es esta espacialidad genérica, más que el café caro y me­diocre que ofrece, lo que explica buena parte del éxito de Starbucks. Empieza a parecernos que, más que haber una convergencia inevitable entre el deseo de Starbucks y el deseo del capitalismo, lo que hace Starbucks es alimentar deseos que solo puede satisfacer parcial y provisionalmen­te. ¿Qué nos impide pensar, en definitiva, que el deseo de Starbucks es el deseo reprimido de comunismo? ¿Qué es este tercer espacio que Starbucks ofrece, un espacio que no es el hogar ni el trabajo, sino una prefiguración degra­dada del comunismo mismo? En su provocativo ensayo “La utopía como replicación”, originalmente titulado “Walmart como utopía”, Jameson se anima a abordar este objeto ata­cado por la furia anticapitalista:



Como un experimento del pensamiento; no, de acuerdo con la modalidad cruda pero práctica de Lenin, como una institución de la que (después de la revolución) podemos “amputar lo que mutila capitalistamente este aparato excelente”, sino más bien como algo similar a lo que Raymond Williams llamó lo emergen­te, en oposición a lo residual: la forma de un futuro utópico acechando a través de la niebla, un futuro utópico que debe­mos aferrar como oportunidad de ejercitar más plenamente la imaginación utópica, antes que como ocasión de hacer juicios moralizantes o practicar una nostalgia regresiva.


La ambivalencia dialéctica que Jameson pide respec­to de Walmart (“admiración y juicio positivo […] pero también condena absoluta”) ya es parte de la conducta de los clientes de cadenas de este tipo, como también Starbucks, muchos de los cuales se encuentran entre sus más fervorosos críticos, aunque no dejen de servirse de ellas habitualmente. Este anticapitalismo de los consu­midores más devotos no es sino la contracara de la su­puesta complicidad con el capital que Louise Mensch encuentra entre los militantes anticapitalistas. Para De­leuze y Guattari, el capitalismo se define por el modo en que simultáneamente engendra e inhibe los procesos de estratificación. En su célebre fórmula, el capitalismo des­territorializa y reterritorializa al mismo tiempo; no existe un proceso de descodificación abstracta sin un proceso recíproco de recodificación a través de la personalización neurótica (la edipización); de ahí la disyunción típica de los comienzos del siglo xxi entre el capitalismo financiero tremendamente abstracto y la cultura de la celebridad edípica. El capitalismo no es más que un escape del feudalismo que necesariamente fracasa y que, en lugar de destruir las castas, reconstituye la estratificación social en la estructu­ra de clases. Solo considerando esta distinción puede tener sentido la propuesta de Deleuze y Guattari de “acelerar el proceso”. No significa acelerar el capitalismo o alguno de sus rasgos sin plan y sin orden, únicamente para ver qué pasa, y con la esperanza íntima y más bien poco proba­ble de hacerlo colapsar. Más bien, significa acelerar los procesos de desestratificación que el capitalismo solo es capaz de obstruir. Una de las virtudes de este modelo es que pone al capital, y no a sus adversarios, del lado de la resistencia y el control. Los reaccionarios al capitalismo entienden la modernidad urbana, el ciberespacio y el fin de la familia solo como una caída desde un estado original comunitario y mítico. ¿No podemos, en cambio, pensar en la cultura del capitalismo de consumo, con sus comidas rápidas, sus restaurants autoservicio, sus hoteles anónimos y su vida familiar desintegrada, como una prefiguración tenue de aquel campo social que imaginaban los primeros planificadores soviéticos como L.M. Sabsovich?


En la tradición de los sueños socialistas del colectivismo do­méstico, Sabsovich imaginaba la coordinación de todas las ope­raciones en la cadena de producción de alimentos que llevaran de las materias primas a las comidas terminadas y disponibles a la población en cafeterías, en comedores populares y en formas envasadas en contenedores térmicos. No sería necesario ya com­prar alimentos, cocinarlos, poner la mesa o tener una cocina. El lavado de ropa, la costura, la reparación e incluso la limpieza do­méstica (gracias a los electrodomésticos) serían industrializados de la misma forma. De esta manera, cada persona podría contar con una habitación para vivir y dormir sin tener que ocuparse del mantenimiento. Rusia se convertiría así en una vasta cadena hotelera sin cargo.


El sistema soviético no logró alcanzar este sueño, cuya realización quizás compete todavía a nuestro futuro, si es que aceptamos que no estamos peleando por un retorno a las condiciones esencialmente reaccionarias de la interac­ción cara a cara y a una “línea de campesinos racialmente puros que surcan un mismo pedazo de tierra durante toda la eternidad”. Eso es lo que Marx y Engels llamaban “la idiotez de la vida rural”. Deberíamos pelear por algo dis­tinto: por la construcción de una modernidad alternativa en la que la tecnología, la producción en masa y los sistemas impersonales del gerenciamiento contribuyan, todos, a la remodelación de la esfera pública. Y público no signi­fica, en este caso, estatal: el desafío es imaginar un mode­lo de propiedad pública que no sea el de la centralización estatal como la que se dio durante el siglo xx. Algunas pistas de este modelo pueden encontrarse, tal vez, en las maravillas arquitectónicas de los últimos años del bloque soviético, fotografiadas por Frédéric Chaubin: “edificios que se parapetan en el colapso de un mundo con otro, en los que el futurismo y la ciencia ficción se chocan con el monumentalismo” en una especie de “cripto-pop casi psicodélico”. Mientras que para Chaubin estos edificios son la afloración pasajera de un sistema político y social putrefacto, ¿no podríamos considerarlos reliquias de un futuro poscapitalista que todavía debe realizarse, en el que el deseo y el comunismo se reconcilian en armonía? “Ni modernos ni posmodernos, como sueños que flotan li­bremente, aparecen en el horizonte, apuntando a la cuar­ta dimensión”.


Fragmento de Realismo Capitalista de Mark fisher editado por Caja Negra.


miércoles, 17 de octubre de 2018

Troxler y la autenticidad

Por Lucho Perez para No.retorno

Desde siempre me he sentido atraído por el estilo y sentido de la moda del DJ y productor de música electrónica: Seth Troxler. A pesar de que a veces utiliza “gafas de armazón”, se deja ver con un bigote propio de los 80´s y parece estar inclinado hacia la moda vintage, hay algo que transmite su persona muy diferente a lo que he visto en otros jóvenes que frecuentan los barrios de Kreuzberg(Berlín), Williamsburg(NY) o Malasaña(Madrid), sitios que concentran buena parte de la actividad artística y algunos de los proyectos más interesantes en el plano cultural europeo y americano.
En una entrevista para la revista Thump: Troxler critica la actitud de algunas personas en algunos festivales, donde los asistentes consideran que la libertad es jugar con el lodo y emocionarse al recibir pasteles o postres en su propio rostro. Por ello brinda la siguiente recomendación a los nuevos involucrados en la escena de la música electrónica: “Just stay classy kids”, expresión que también abarca su admiración por el DJ británico Craig Richards, el gusto musical de sus padres, pertenecientes a la escena techno y dance de Detroit, y su interés por la comedia Curb your Enhtusiasm de Larry David, razones a su vez por las que de acuerdo a Dummy Magazine sus amigos lo llaman el anciano Troxler: “I think I generally dress like a dad. My friends call me ‘Old Man Troxler”.
Interesante esto último porque Troxler parece ser consciente del precepto del libro El Arte de la Guerra de Sun Tzu: “Si refuerzas tu vanguardia, se debilitara tu retaguardia” que da cuenta de la mediación que debe existir entre las tradiciones y particularmente la esencia ultima que carga consigo, y la búsqueda de libertad-progreso, propios del sistema Neoliberal al que pertenecemos. Relación que, a diferencia de Troxler, es llevada a cabo de manera muy superficial por la subcultura “hipster”. Justamente en el libro: The Sacred and the profane: An invetsigation of hípsters de Jake Kinzey, se sostiene que, en el marco de del posmodernismo, la pérdida del sentido de la realidad factual, la subsecuente comprensión de la realidad como un todo fragmentado y por supuesto las técnicas estéticas paródicas que devienen con esta última como el pastiche y el collage, la labor artística termina volcándose hacia la reproducción técnica de obras de artes del pasado, proceso en el que por supuesto se terminan reduciendo su aura, esencia y autoridad. “Ninguna reproducción puede dar cuenta de haber experimentado la misma historia que la original”.



Ahora, al reproducirse técnicamente dichas obras se termina dando un proceso de purificación en el marco de la búsqueda de lo Real, único y autentico. Conducente esto a que “lo nuevo” mute en otra forma del objeto de resistencia. Al respecto, Kinsey sostiene que “La pasión por lo real en el modo de autenticidad sólo puede ser realizada como destrucción. En esto reside su fuerza – después de todo, muchas cosas merecen ser destruidas. Pero este es también su límite, porque la purificación es un proceso condenado a la incompletitud, una figura del mal infinito”. Las contraculturas basadas en la noción de autenticidad han tratado de resistir a la corriente dominante simplemente negándola: si lo hacen, entonces nosotros hacemos lo contrario. El problema con esta estrategia es que no pone nada en el lugar de lo que se opone y crea el ciclo del “mal infinito”. En este sentido, el ciclo de reacciones y resistencia propios de las subculturas del siglo XX terminan volcándose contra la densidad, los fundamentos y la profundidad de las aserciones de realidad, en virtud de la promoción de lo inmediato y de las sensaciones de la superficie.
Kinsey por tanto propone que para que se dé un devenir sujeto no se debe dar una “restitución(del origen)  a través de la destrucción (de lo inauténtico)…lo que está más allá del alcance de la imaginación hipster es la idea del hombre nuevo como una “creación real, algo que nunca ha existido antes, porque emerge de la destrucción de antagonismos históricos”. Este es un hombre nuevo que “está más allá de las clases y el estado”. Este “verdaderamente” nuevo hombre, por lo tanto, es capaz de distorsionar el tipo de distinciones de las que depende el “punto de vista elitista” del “hipster”, un curioso elitismo “abnegado”.
La palabra antagonismos históricos aquí es muy importante. No toda la historia subcultural ha sido negativa y tampoco se necesita de procesos deconstructivos como el pastiche o collage para poder apreciar lo único positivo que, según algunos individuos, con un nivel alto de capital simbólico(prestigio) acumulado y que, por una u otra razón, desconocen la Real historia,  vale la pena. Hay que conocer la historia de Detroit, del Dance, de la alienación subjetiva y objetiva que vivieron sus creadores, trabajadores que quedaron desempleados al ser reemplazados por maquinas; la consecuencia de esto: el futurismo utópico que buscaba desplazar la distopía en la que se convirtió Detroit, el rechazo al utopismo soulfoul de Motown Records. El padre de Troxler y sus abuelos muy posiblemente vivieron y se relacionaron con este contexto y por eso comprenden la esencia del rave, y de alguna forma él mismo también tuvo algunas vivencias que lo acercaron a dicha aura, cosa que da a entender en la entrevista de Dummy Magazine: “tuve la suerte de tener mis experiencias formativas en clubes en Detroit.  Estaba en mi primer año de bachillerato cuando fui a mi primera fiesta, alrededor de los 13 o 14 años de edad. Tomamos éxtasis después del “regreso a casa” y nuestro amigo nos llevó a Detroit a una fiesta donde tocaban Frankie Bones y Adam X; He estado en una fiesta casi todos los fines de semana desde entonces. No mucho después le rogué a mis padres que me regalaran tocadiscos para Navidad. Mi papá era DJ, así que me dejaban entrar a los clubes y tocar música muy fuerte todo el tiempo”.
Troxler por tanto es un interesante ejemplo de cómo se relaciona la vanguardia con la retaguardia. De cómo se puede lograr la autenticidad sin rechazar necesariamente toda una historia llena de magia, caos, desorden y esperanza.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Aceleracionismo en Black Hole Sun

Uno de los videos más interesantes transmitidos por MTV de los 90s quizá es Black Hole Sun de la agrupación Soundgarden. Mientras otras bandas de Rock Alternativo enfocaban sus trabajos visuales y estética hacia el trauma o trastorno interior del joven que desarrolla ciertos organismos de resistencia en orden de alcanzar un mayor estado de libertad (todo desde una mirada supremamente subjetiva), Soundgarden dio un paso más y planteó, a partir de una realización innovadora, una contundente crítica al estado de la realidad capitalista mundial.
En términos generales, según el blog Turbliminal, se trata de una sátira de la modernidad, de la vida del suburbio y de cómo los individuos continúan viviendo sus vidas sin ser conscientes de lo que sucede más allá de sus respectivos espacios estables, donde así como sucede en la serie Twin Peaks, se alcanza apreciar de forma subtextual el infierno libidinal escondido tras la sonrisa forzada que el neoliberalismo pone sobre nuestros rostros para poder venderse como el mejor sistema posible. En una escena particular, por ejemplo, un adulto mayor permanece observando detenidamente la pantalla de un televisor que está sintonizado en un canal muerto;  arriba de él está colgado un cuadro de  Margaret Keane, artista enfocada a retratar niños(especialmente del género femenino) con ojos grandes.  Otra escena refleja una niña comiendo un helado y simultáneamente quemando una Barbie en un asador. En la narrativa también aparece una mujer de mediana edad maquillándose (pintadose los labios) frenéticamente mientras un hombre joven está haciendo ejercicio; estos por supuesto, entre otros muchos detalles y simbologías que Turbliminal se ha encargado de estudiar a profundidad.


Como en los film del director Alfred Hitchcock, en el video clip surge un elemento externo que según Slavoj Žižek, “corporiza una discordia, una perturbación, naturales en las relaciones”. En el caso de Hitchcock, las aves sobre todo, en este caso, un tipo peculiar de agujero negro, que puede ser entendido como la forma objetiva que exterioriza el laberinto o abismo interno de todos los habitantes del suburbio. Indicando esto por supuesto una forma estética transgresora, en una época donde la transgresión como tal ha dejado de ser subversiva para convertirse en el motor de la expansión capitalista: en el modo en que se renueva así mismo el sistema. De acuerdo a Steven Shaviro, tomando en cuenta que, el Aceleracionismo, como estrategia política fallida, buscaba incrementar de forma extrema las tensiones internas propias del capitalismo (o lo que Marx denominó sus contradicciones internas) hasta que este último colapsara, se puede hablar posteriormente de una propuesta estética que considera que “intensificar los horrores del capitalismo contemporáneo no los hace explotar, pero nos ofrece una forma de satisfacción y alivio al decirnos que hemos finalmente tocado fondo, de finalmente hemos realizado lo peor”. Films como Gamer de Mark Develdine y Bryan Taylor, o I am a Juvenile Delinquent, Jail Me! de Alex Cox precisamente reflejan esta premisa.
El Aceleracionismo estético se puede describir de mejor forma con el siguiente apartado de Deleuze: Nietzsche se encuentra a menudo ante algo que juzga repugnante, innoble, vomitivo. Pero le hace reír. Si es posible lo exagera. Dice: “vayamos más lejos, aun no es lo suficientemente asqueroso; o bien: es admirable lo repulsivo que es, es una maravilla, una obra maestra, una flor venenosa, al fin el hombre comienza a ponerse interesante”.  Se trata entonces de que al encontrar gracioso todo “lo repugnante, innoble y vomitivo” del neoliberalismo se alcanza a tomar conciencia, pero no se nos engaña con la posibilidad trascenderlo. Justamente, Deleuze  sostiene que “demasiada aceleración capitalista puede absorber a la sociedad en agujeros negros de fascismo y nihilismo”. Situación ilustrada en el video de Soundgarden, justamente por medio de formas creativas tan necesaria en un siglo XXI saturado de Pastiches, Collages y  formas estéticas que no se adaptan a las nuevas multiplicidades que se continúan desarrollando en un bucle sin aparente final.

domingo, 7 de octubre de 2018

MTV, calzado subversivo y la generación X

Dos reseñas de casos que van del underground y la contracultura al mainstream y el consumismo. 



1 - Mtv: De como el negro pasó del veto a ser el parámetro de lo cool. Del under al mainstream.


Pasaron treinta minutos de las cero horas y ya definí de que modo voy a escribir este informe de domingo. Eligí una playlist de Spotify solo por llevar el término Chill para asegurarme la posibilidad de pasar un momento calmo y relajado... pronto veremos si es así. No dejo de notar que a estas horas cada minuto es un yunque en mis párpados y que el paso del tiempo nos premia con ganas de dormir. 

He pasado noches mas largas relacionado con música aunque ni esas noches ni esas músicas fueron chill. A mediado de la década del noventa trasnochaba con el dedo pulgar atravesando horizontalmente el control de la videograbadora apoyando apenas los botones de rec y de play, pues cualquiera podría ser el momento en que pudiera captarse algún video o información musical vital de la fuente mas mainstream que ha existido en cuanto a la industria de la música: MTV (Music Television). Para aquella época MTV era el equivalente a lo que hoy es Youtube en cuanto a plataforma de video clip musical (aquí se obvian y también se ignoran las grandes diferencias de consumo actual, población, desarrollo de internet, la geopolítica del entretenimiento, etc). 




Si en los noventa estabas interesado en el rock no podías perderte la programación de MTVEsta cadena fue fundada en 1981. Ese día, el primer día de Agosto, en los parlantes que rodeaban de diversas maneras los tubos de cualquier televisor de la época, se oyó las palabras leídas por el primer VJ (video-jockey) del canal (su presidente) que decían "Ladies and gentlemen, rock and roll", mientras la imagen del Apolo 11 aterrizando en la luna se reproducía como representación de algo tan grande como nuevo y revolucionario. 

Bajo estas premisas es que se decidió que MTV tuviera un perfil rockero y pretenciosamente underground, casi como un antojo de marketing. Pero esto fue así solo por dos años, cuando el presidente del sello CBS se quejara y amenace con romper vínculos con la cadena debido a que uno de sus contratados llamado Michael Jackson no aparecía en la programación del canal, ya que para los presidentes de la cadena la música negra, incluyendo a Jackson obviamente, era un nicho que estaba vetado por el mismo canal.




Luego de ese histórico episodio, en 1983 será programada la canción Billie Jean, el primer éxito de Jackson, luego Beat It, y en diciembre del mismo año MTV emite el video de Thriller, una versión de una película de terror dirigida por un jóven Steven Spilberg. El video llega a programarse dos veces por hora, teniendo en cuenta que duraba 14 minutos y sus recaudaciones provocó que la cadena saliera del cable marginal para entrar en el mainstream. Como consecuencia del alboroto provocado por el presidente de CBS y el rutilante éxito de Michael, la cadena abandona su postura rockera, se pasa al pop y se abre definitivamente a la música hecha por negros, viendo los grandes resultados financieros provocados. 

El negro y el latinoamericano hoy definen el parámetro de lo cool en MTV.




2- Adbusters: "No consuma Nike... consuma nuestro calzado subversivo". De la contracultura al consumismo.

(basándome en la introducción del libro Rebelarse vende)

Si tus noches eran como las mías (cacería de videos de MTV) o siendo adolescente, tú o un amigo escucharon música en walkman o discman, entonces perteneces a la Generación X. Esa que se conforma por personas nacidas luego de la generación del Baby Boomentre los 60 y hasta finales de los 70 o comienzos del ochenta.​ Para Wikipedia "Son responsables, se muestran comprometidos y preocupados por el mundo" pero tengo mucho para decir al respecto casi de manera graciosa, aunque no lo haré aquí. Pero el otro dato importante y de seriedad que arroja esta esta enciclopedia hecha colaborativamente es que la Generación X fue la última que usó pelo largo. Yo fui uno.

Así como la generación del 60 consumió autos (incluso el hippie lo ha hecho con el escarabajo de Volkswagen), la Generación X parece que también ha tenido una fijación con el calzado. Los zapatos siempre fueron una prenda básica en todas las estéticas subculturales y mas si tenemos en cuenta la aparición y revival de muchas de éstas en la década del noventa con el auge de lo visual a traves de MTV. Un caso de la relación subcultura-calzado es la de la estética punk, que va desde las botas militares y las zapatillas Converse hasta las botas Doc Martens y Blundstone. Por eso es que en el libro Rebelarse vende se plantea que el papel del «malo de la película» pasó del sector del automóvil (en los sesenta) al del calzado, quedando este último en manos de Nike. Para los detractores de la globalízación, Nike representaba todo lo malo del naciente capitalismo mundial.

Pero septiembre de 2003 fue un momento decisivo en esta historia ya que la revista Adbustersempezó a aceptar pedidos de Black Spot, las zapatillas «subversivas» que fabrican ellos mismos. A partir de ese día, nadie con dos dedos de frente siguió pensando que existiera un enfrentamiento entre la cultura convencional y la cultura alternativa. A partir de ese día quedó claro que la rebeldía cultural, y tal como la plantea la revista Adbusters, no supone una amenaza para el sistema.





Creada en 1989, Adbusters es la insignia del movimiento contracultural. Su filosofía mantiene que la propaganda y la mentira imperantes en la sociedad actual, sobre todo como consecuencia de la publicidad, han convertido la cultura en un gigantesco sistema ideológico diseñado para «vender». Su objetivo es «atascar» la cultura, bloqueando los mensajes que reproducen sus dogmas y obstruyendo sus canales de propagación.

Kalle Lasn, impulsor de la revista, describe el proyecto de las Black Spot como «una rompedora técnica de marketing que quitará puntos a Nike. Si funciona, sentará un precedente que revolucionará el capitalismo». Pero ¿cómo exactamente se supone que va a revolucionar el capitalismo? Reebok, Adidas, Puma, Vans y otra media docena de compañías llevan décadas intentando «quitar puntos» a Nike. Eso se llama competir. Es decir, capitalismo en estado puro.

Para los autores de Rebelarse vende, la revista Adbusters no se ha vendido porque no tenía nada que vender. Nunca tuvo una doctrina revolucionaria. Lo que defendía era sencillamente una versión recalentada de la teoría contracultural de la década de 1970. Y esta doctrina, lejos de ser revolucionaria, ha sido uno de los motores del capitalismo consumista durante los últimos cuarenta años.

Pero a la pregunta de si la revista contracultural se vendió al consumo o no, se puede responder con el situacionista* francés Guy Debord (filósofo, escritor y cineasta), quien escribió La sociedad del espectáculo y fue uno de los principales instigadores de mayo del 68 francés. Su tesis era sencilla: el mundo en que vivimos no es real. En otras palabras, vivimos en un mundo de ideología total en el que estamos totalmente alienados de nuestra naturaleza esencial. El espectáculo es un sueño que se ha hecho necesario, es «la pesadilla de la sociedad moderna, prisionera de sí misma, que finalmente expresa tan sólo su necesidad de dormir».

Evidentemente, esta idea tiene poco de original. Es una de las más antiguas de la civilización occidental. En La República, Platón comparaba nuestra vida terrenal con una caverna llena de prisioneros que, encadenados, sólo ven sombras reflejadas en la pared a la luz de una hoguera. Cuando uno de los prisioneros escapa y sale a la superficie, descubre que el mundo en que había vivido era una pura ilusión. 


Sin embargo para Debord el velo de la ilusión se puede traspasar mucho más fácilmente. Bastaría con una ligera disonancia cognitiva, una señal de que algo no funcionaba en el mundo que nos rodea. Esto lo podía producir una obra de arte, un acto de protesta o incluso una prenda de ropa, tal como las Black Spot.

Finalmente, a la luz de lo escrito mas arriba, aclaro que ya no uso el cabello largo, y que la lista de canciones Chill fue reemplazada por The Jackson Five al terminar de escribir el primer párrafo de este artículo.

* Adbusters (el nombre original es AB Coasters Media Formation) es una organización anticapitalista que lleva a cabo un ataque a los medios de comunicación y de la filosofía consumista que estos promulgan. Su objetivo es utilizar la publicidad como un medio de comunicación de ideas y compensar así la manipulación que ejerce la publicidad sobre la sociedad. La organización aparece en 1989 y en 1994 nace, vinculada a ella, una publicación homónima. Fue fundada en Canadá, y sus principales impulsores fueron Kalle Lasn y Bill Schmalz. Se presenta como un espacio de diálogo y lucha contra el consumismo y el capitalismo, en el que tienen cabida escritores, activistas, estudiantes y demás personas comprometidas con el anticonsumismo (Wikipedia)


El movimiento situacionista (1957-1972) es una corriente artística, cuyo planteamiento central es la creación de situaciones que emerge debido a una convergencia de planteamientos del marxismo y del avant-grade como la Internacional letrista y el Movimiento para una Bauhaus Imaginista (MIBI). En 1968 el movimiento propuso el comunismo consejista como orden social ideal.

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